20080429

Tres conversaciones con mexicanos


Entro rápidamente al baño de la universidad y, al abrir una puerta que no está bloqueada, veo a un niño pequeño sentado en el escusado.
-¡Perdón! –me disculpo.
-Te perdono –responde instantáneamente.
Abro la puerta siguiente. Me siento yo mismo en el escusado. Mi vecino me pregunta:
-¿Te gusta hacer la tarea?
-Sí, claro. Me gusta mucho –respondo.
-A mi también ¿cómo se llama tu maestra?
-Se llama… Carlota.
-¡Carlota! La mía se llama Paty.
Seguimos conversando de escusado a escusado. Trato de apurarme (algo me dice que conversar en el baño con un niño puede ser malinterpretado por más de alguno) y me despido:
-Ya tengo qué irme, adiós. Otro día seguimos platicando.
-Bueno, adiós.
Esa tarde, en el metro, leo, de pie, para mi clase. Una anciana entra y el tipo que tengo al lado (un obrero moreno y bigotón) no le cede el asiento. Lo miro con desprecio, tratando de hacerle notar su falta de conciencia.
-Y ¿de qué trata más o menos el libro? –me pregunta despreocupadamente el bigotón.
-Perdón…
-¿De qué trata más o menos ese libro? –insiste.
-De ética.
-Mmm… y ¿qué viene siendo de lo que trata la ética? Más o menos.
-Pues -titubeo-, por ejemplo, si permitir el aborto está bien o mal, si tirar la bomba atómica en Japón estuvo bien o mal –sus preguntas me han sorprendido tanto que ni siquiera pienso en añadir “si no ceder el asiento a una señora de edad está bien o mal”. De cualquier forma, otro ha dado su lugar a la viejita.
-Mmm… ¿y está interesante el libro?
-Sí, no está mal.
-Y ¿quién es el autor?
Le muestro la portada. El tipo me agradece y se levanta para descender en la estación Hidalgo, igual que yo iba a hacerlo. Prefiero quedarme y bajar dos estaciones después, en Guerrero. Al salir del metro veo un vendedor de películas piratas. Valentina me ha hablado del filme Párpados Azules y ya no está en cartelera.
-¿Tienes Párpados Azules?
-No vendo películas mexicanas. Hay que apoyar el cine nacional.
-Tienes razón –le respondo avergonzado.

20080424

De la megalomanía a la toxicomanía del académico contemporáneo

El académico contemporáneo es un megolómano profesional que pasa una cuarta parte de su vida fotocopiando sus propios artículos, ordenando cronológicamente sus conferencias, argumentando largamente por qué merece un reconocimiento al mérito académico o a la investigación. Se trata de una megalomanía inducida por las institucionales nacionales, por el Consejo de Ciencia, el Sistema Nacional de Investigadores y la Secretaría de Educación Pública; es una megolomanía patriótica y socialmente útil, parece ser. Sin embargo, aunque nunca creí que yo podría encontrar reparos a forma alguna de egolatría, de "yoísmo" o de onanismo, en mi breve carrera pronto comencé a resentir los efectos colaterales de esta adicción forzada a mí mismo y a mi "obra". Al cuarto mes de entrar al Sistema Nacional de Investigadores me solicitaron dos informes ¡anuales! (uno porque, supuesto cerebro fugado al extranjero, me habían repatriado de Francia un año antes y el otro porque, ya siendo parte del sistema, tenían derecho de fiscalizar la época en que todavía no formaba parte de él; en suma, dos vigilancias desde la misma institución). Sumados a estos informes, debí enviar otros a la Secretaría de Educación Pública para obtener el reconocimiento por mi "perfil deseable" como profesor y al sistema de dictaminación interno de la universidad para probar que no soy un vago. A esas alturas, la terrible ansiedad que me causaban las largas horas de regodeo megalo-archivístico, fotocopiando y clasificando una y otra vez mi propia "producción", según los más diversos tabuladores y las formas más imaginativas de puntaje, me llevó a tomar calmantes, por primera vez en mi vida. Fue entonces que la adicción megalómana me condujo a esta otra adicción a las pastillas y que poco a poco comencé a disfrutar esas tardes con la música a todo volumen en las que, perforadora y engrapadora en mano, organizaba los dossiers requeridos en medio de un agradable sopor. Sólo cuando la hábil imaginación burocrática me forzaba a volver a usar mi cerebro, porque, por ejemplo, mi nuevo deber era presentar un informe financiero en programa excel y firmado por varios funcionarios de la universidad, sólo entonces debía salir del agradable estado de relajación toxi-fotocopiante para descifrar los secretos del nuevo acertijo informático-burocrático. En ese caso, en vez de pastillas calmantes que me idiotizaban debía tomar algún estimulante poderoso, que me diera valor y resistencia para ir a recabar las firmas, para hacer las sumas y multiplicar los coeficientes sin error, para convertir el archivo excel en archivo imprimible y para persuadir a Diana, la secretaria del departamento, para que me dejara usar su escáner. Pero no quisiera que estos párrafos sean leídos como un martirologio, como una queja contra la amarga situación del académico contemporáneo. Existen profesiones mucho más difíciles y estresantes. Además, siempre he sabido que cada una de esas odiseas burocráticas está destinada a darle al académico contemporáneo dinero en forma de bonos, estímulos, becas y otros sabrosos complementos monetarios. Lo que importa en este momento es describir cómo el deber institucional de megalomanía y la dependencia de los ansiolíticos vienen acompañados de una tercera adicción: la avidez de ganar decentamente la propia vida, de obtener cada uno de los premios para alcanzar así a pagar el departamento, el auto o la colegiatura de los hijos. No es que se trate de mucho dinero, sino que el sistema de obstáculos está tan bien pensado que produce en nosotros una suerte de insaciable ambición concupiscente por llegar a alcanzar la modesta medianía republicana. El académico contemporáneo puede aspirar de manera realista a pertenecer a la clase media-media, incluso a la clase media-alta cuando se faja los pantalones en el trabajo frente a la fotocopiadora. Quizá el principal secreto de aquél que llega a lograrlo consiste en aprender a manejar su presión arterial y otras presiones colaterales, en impartir sus cursos relajadamente, en no agredir histéricamente a los colegas en los seminarios universitarios (porque, naturalmente, el académico contemporáneo suele tener los nervios alterados y las escenas de enfrentamiento neurótico de egos superpotenciados y luego medicalizados puede ser bastante estridente). En otro momento de calma, querido diario, te contaré lo que ocurrió cuando, apenas habiéndome resignado al sistema panevaluativo, mis queridos colegas de la universidad votaron por mi para integrar la comisión encargada de contar todos los puntos de todos los académicos de la universidad.
-Pero, no deberías exagerar -me interpela mi querido diario-, uno de los dos informes anuales que te pidió Conacyt es una mera actualización de tu CV, con la mera mención de tus actividades, sin necesidad de presentar todavía las fotocopias de cada una.
-Cierto, querido diario, pero ¿entonces por qué perdí tanto tiempo al llenarlo?
-Tal vez porque no sabes organizarte.
-¿Y cómo podría organizarme para capturar más rápidamente, por ejemplo, los 45 nombres de personas que participaron conmigo en el Anuario educativo mexicano?
-Basta con que emplees la locución latina et al., querido dueño, que significa "y los demás".
-El problema es que el sistema informático de Conacyt exige todos los nombres de coautores de un libro, pues seguramente quieren formar una base de datos.
-Entonces compra un escaner, querido dueño, y escanea los índices de los libros donde vienen los nombres de todos los autores.
-¡Sí, diario, desde luego! ¡Qué fácil parece!
-Si en realidad estuvieras tan abrumado, querido dueño, ni siquiera perderías tu tiempo en este blog.
-Te equivocas. En caso de falta de inspiración, les pondré citas a pie de página a estos rollos, buscaré publicarlos y me darán algunos puntos ...

20080412

¿Uno mismo es el yo?


Tal vez sean diferentes "uno mismo" y "el yo"; "the self" (en inglés) y "le moi" (en francés). Decimos, por ejemplo, que "a veces uno mismo (one-self) no se da cuenta de lo que sucede", que no siempre nos percatamos de lo que ocurre a pesar de ser los interesados directos; ese significado de "uno mismo" evoca el autoanálisis, la reflexividad, como en estos otros casos: "uno mismo se boicotea", "uno mismo reproduce la discriminación a los de su condición", "uno mismo puede superar sus limitaciones", etcétera. Por otro lado, los filósofos suelen decir algo así como "el yo no es una substancia porque cuando pensamos en él es pasado, ya no somos, se trata de otro", y aluden con ello a algo que escapa a la reflexividad. No estoy criticándome o haciéndome psicoanálisis al decir, por ejemplo, que "el yo es algo difícil de aprehender". De acuerdo con Vincent Carraud, de quien tomo la sutil distinción anterior, la pimera mención de "el yo" como concepto filosófico aparece en una reflexión del primer cartesiano de la historia, Blaise Pascal. Y no precisamente cuando escribió que "el yo es odioso", lo que significaba simplemente que "el amor propio es odioso" sino en el siguiente pasaje (la traducción es mía):
"¿Qué es el yo?
"En el caso de un hombre que se pone en la ventana para ver a los peatones, si yo paso por ahí, ¿puedo decir que está ahí para verme? No, pues él no piensa en mí en particular. Pero aquel que ama a alguien por su belleza ¿lo ama? No, pues la viruela, que matará la belleza sin matar a la persona, hará que aquél ya no ame a ésta. ¿Y si me aman por mi inteligencia, por mi memoria, me aman a mí? No, porque puedo perder esas cualidades sin perderme a mí mismo. ¿Dónde está entonces ese yo, si no está ni en el cuerpo, ni en el alma? ¿Y cómo amar el cuerpo o el alma, si no es por esas cualidades, que no son lo que hace al yo, pues son efímeras? Porque ¿amaríamos la substancia del alma de una persona de manera abstracta y cualesquiera cualidades que estuviesen allí? No es posible y sería injusto. No amamos, por lo tanto, nunca, a nadie, sólo a sus cualidades."
De acuerdo con Carraud, Pascal transforma la pregunta constitutiva de la metafísica cartesiana, "¿qué soy?", en una nueva cuestión: "¿qué es el yo?". Si tantos filósofos han criticado a Descartes por hacer del ego una substancia, Pascal fue el primero en reconocer que se trataba de un yo abstracto, transcendental. Si la filosofía de Descartes conducía a forzar el lenguaje y no recurría a la tercer persona al referirse al yo ("No comprendo todavía lo suficientemente quien soy, ese yo que 'soy' (sic), sin embargo, necesariamente" escribe Descartes en latín en las Meditationes), Pascal introduce "el yo" en francés, "le moi " que, con Locke, será luego "the self" en inglés.


Elisabeth de Fontenay destaca que el pasaje citado, "¿Qué es el yo?", está redactado en primera persona del singular y que "liquida tanto el narcisismo de unos como el cogito de los otros". Según ella, es en particular la crítica radical del discurso que toma al yo como objeto lo que hace resplandecer la actualidad de Pascal: "sin yo profundo, sin persona, sin autenticidad que se sostenga, el 'yo' consiste en última instancia en 'cualidades prestadas'. La subjetividad arrogante y la metafísica 'propia al hombre' recibieron ahí un muy duro golpe".


Escribo esto para no olvidar algunos de los argumentos del denso artículo académico de Carraud que acabo de leer. ¿Qué le interesa todo eso a Internet? Quizá saber que los cientos de filósofos que han deconstruido al sujeto tienen en Pascal a su ancestro. Y se trata, igualmente, de ir llenando este blog enmimismado que habla, supuestamente, de alguien que no existe para los otros sino como conjunto de cualidades (¡para los otros, porque, con perdón de esos prestidigitadores que desaparecen a "el yo" en un pase de manos, coito ergo sum!*)


* Quise decir cogito ergo sum, aunque también adhiera a este último principio tántrico.

20080404

El yo es odioso


El título anterior es una famosa frase de Blaise Pascal garabateada en los papeles que luego han sido reunidos con el nombre de Pensamientos. Traduzco a continuación el fragmento completo (considérese que es un texto del siglo XVII), agregando la información que necesitamos para comprenderlo:
"-El yo es odioso. Usted, Mitton, lo encubre, usted no lo elimina: por esa razón sigue usted siendo odioso.
"-No, porque al proceder como procedemos, cortesmente con todo el mundo, no hay motivo para odiarnos -responde Mitton (Damien Mitton, libertino amigo de Pascal, había escrito antes esta frase en su propio libro Pensamientos sobre la honestidad).
"-Eso sería cierto si en el 'yo' no se odiara sino el disgusto que nos produce -sigue Pascal-. Pero si lo odio porque es injusto, porque se erige en el centro de todo, lo seguiré odiando. En una palabra, el 'yo' tiene dos cualidades: es injusto en sí, por hacerse centro de todo; es incómodo para los demás, porque quiere someterlos; porque cada 'yo' es el enemigo y quisiera ser el tirano de todos los demás. Usted elimina la incomodidad, pero no la injusticia; y así no lo hace amable a quienes odian su injusticia: sólo lo hace amable para los injustos que ya no encuentran en él su enemigo, y permanece así injusto y no puede agradar sino a los injustos" (fr. 494, ed. Sellier).
Pascal no se atrevía a no venerar a un Dios que creía infinito, aunque también lo creía colérico y orgulloso. Así, Pascal creía que la vanidad debía ser monopolio divino. Todo existía, supuestamente, "para gloria de Dios" (ad gloriam Dei). Entre calvinistas y jansenistas, el deber del ser humano es cumplir las tareas que le impone la lex naturae, ser una especie de buen esclavo (aunque, hay que conceder, algunos también creían que el cosmos está instituido por Dios para bien del hombre, ese esclavo querido). Aquí detengo las referencias religiosas.
¿Por qué es mala la soberbia? ¿Porque el ego nos corroe? ¿Porque apesta? Si está mal vista la autopromoción es porque no es neutra, creo y, por lo tanto, tampoco es objetiva. Si alguien se alaba, es muy probable que exagere, que no vea sus propios defectos. Nadie confía en un juez que es parte y que decide sobre sí mismo. Además, con frecuencia el megalómano no sabe ponerse en el lugar de los demás, su perspectiva es para él la única válida. "Deberíamos tender a lo general pero la pendiente hacia uno mismo es el comienzo de todo desorden: en la guerra, en la política, en economía, en el cuerpo particular del hombre" (Pascal, Pensamientos, fr. 680, ed. Sellier).
Pascal también detestaba que Michel de Montaigne escribiera páginas y páginas sobre sí mismo. Montaigne, a quien por lo demás Pascal admiraba profundamente, presume no sólo cuando le pidieron reelegirse como alcalde de Burdeos y la manera cómo peleaba valientemente en las guerras, sino también qué dietas le producían pedos y a qué hora iba al escusado. Motaigne escribe que "sólo me tengo a mi como objetivo de mis pensamientos [...] no controlo y estudio sino a mi mismo"; "Me estudio más que a otro sujeto. Esa es mi metafísica, esa es mi física". Y, sin embargo, la lectura de Montaigne es una delicia ("que un hombre así haya escrito, ha aumentado ciertamente el placer de vivir en ete mundo" escribió Nietzsche). Y es que Montainge no narra sólo sus impudicias sino las de los antiguos, las nuestras, pues. El "yo", en el fondo, no es sino una declinación del "nosotros". Además, hay "yos" que se viviseccionan mediante lo que Bourdieu llama la reflexividad. Someterse a juicio, ser autocrítico, no es una tarea fácil. Así, abro esta página Web, que no es la única ni la más importante, enmimismado, autorreferente, para divertirme, para mirarme de niño y de adolescente. Quienes no sientan repulsión por otro "yo" que se regodea, son bienvenidos.

20080403

KIVA


Economía de mercado no es sinónimo de capitalismo. Por ejemplo, John Rawls escribe que "las instituciones de mercado son comunes tanto a los regímenes de propiedad privada como a los socialistas" (Teoría de la Justicia (1971), traducción de María Dolores González, Fondo de Cultura Económica, México, p. 256). Otra economía de mercado puede funcionar con mayor democracia en las empresas (sin explotación de quienes venden su fuerza de trabajo) y con sistemas de crédito sustentados en la solidaridad. Una nueva era podría abrirse en la historia económica de la humanidad gracias al Internet. Por ejemplo, ya existe Kiva, organización en la que tu puedes prestar algo de dinero (a partir de 25 dólares) de manera bastante segura a personas que lo necesitan urgentemente para invertir y vivir. Por lo pronto, este esfuerzo es modesto (21 millones de dólares prestados hasta febrero del 2008), pero se trata de las primeras alternativas a un sistema financiero (bancario y accionario) que es elitista y abusivo. La mayoría de las empresas en el mundo funcionan como sociedades anónimas, es decir, quienes las financian son sus dueños incógnitos (los accionistas invierten a través de sus acciones y no responden ante terceros sino hasta por el monto de las mismas) y la mayor parte de la responsabilidad corresponde a los administradores y gerentes, mientras que los empleados son sólo proveedores de fuerza de trabajo y suelen estar sometidos a una subordinación humillante. En la economía de mercado no capitalista, las relaciones salariales serían paulatinamente sustituidas por relaciones cooperativas. Pero la clave del éxito de este paradigma depende sobretodo del sistema de crédito que financie este tipo de experiencias. Otra ventaja de Kiva: si durante décadas la ayuda al continente africano se había diluido en intermediaciones corruptas e ineficientes, esa situación podría estar cambiando.