20091128

Manual práctico de las distancias cortas XVIII: De la huída


Obviamente no puedo levantarme la tapa de los sesos como levantaría una alcantarilla y salir por ahí al otro lado del mundo, como Alice de Lewis Carroll. Sólo de fantasear por un segundo con esa imagen me doy cuenta de que el encierro en este hotel me está volviendo loco. Luz llega cada tarde y me obliga a punta de pistola a colocarme unas esposas, luego debo encadenarlas a la cama. Enseguida los pies y así el resto hasta quedar completamente a su disposición. Algunas veces comemos juntos, otras como solo los alimentos que deja sobre la mesa. En estas circunstancias, lo único que puedo hacer es dejar que mis pensamientos den vueltas alrededor de mí. Wittgenstein escribe, cito de memoria, que la gente suele tener creencias centrales que son como el eje en torno al cual gira la tierra. Desde luego, el eje no está clavado en algo más, no hay algo que lo mantenga fijo, sino que su centralidad es producto de lo que gira en torno a él. Son las ideas que giran en torno a una idea axial, como una nube de mosquitos, las que la crean. Para escapar de este lugar, quizá podría hacer que mis ideas dejen de rotar en torno a este eje supuestamente fijo que es mi persona. Soy este cuerpo que cambia permanentemente, soy este circuito de neuronas que se altera cada vez que creo en nuevas ideas o dejo de creer en otras. ¡No estoy fijo, nada me sostiene!
De niño me enseñaron explícitamente que me llamo Bernardo Bolaños, pero sólo con el tiempo fui descubriendo que ese nombre designaba en realidad a una metáfora. Así como no hay una estaca llamada “eje” que perfore la tierra de un extremo a otro de los polos, del mismo modo las ideas que tengo acerca de mí mismo dan vueltas sin cesar alrededor de algo que cambia cada vez. Lo que haya cada vez en el centro de la nube de mosquitos ¡eso soy!
Veamos. Estoy convencido que soy mexicano, que soy profesor, que estoy preso en un maldito rascacielos por culpa de una psicópata, que veo en este momento mis manos escribir en el teclado de mi computadora y que veo también el reflejo de mi rostro sobre la pantalla. Pero que yo sea yo sólo tiene sentido porque esas ideas revolotean en torno a algo. ¿Quién soy? Insisto, soy el eje imaginario en torno al cual giran tales creencias. ¿Cuál creencia es la que soporta a cual? Cada idea, a cada segundo, que me pasa por la cabeza contribuye a hacerme existir, porque sigue la misma trayectoria, me circunda, dibuja mi figura. ¿Pero si lograra que mis ideas se dispersaran? ¿Si en vez de girar en torno al eje partieran como proyectiles o estrellas fugaces? En ese caso, mi yo se dispersaría. El problema, desde luego, es si podré volver a reunirme en mí, cuándo y cómo. Asumo el riesgo, de todos modos Luz Irizábal quiere acabar conmigo.
Me acurruco en una esquina del cuarto. Cierro los ojos. Estoy pensando, es claro, pero me pregunto si eso me hace realmente existir como una cosa. Lo que exista es anterior a estos pensamientos que ahora pienso. La sensación de pensar es quizá lo que existe. Si pienso quiere decir que siento que pienso, es decir, que me escucho hablar internamente, que me veo apretando los párpados, que mis propios pensamientos me producen escalofríos y me cierro contra mí mismo apretándome los antebrazos. Me abrazo. Si tuviera un espejo delante de mí abriría los ojos y me vería en este rincón pensando, pero no lo tengo y, por lo tanto, es menos cierto que “yo” exista. Existe sin duda esta voz interior que dice lo que estoy diciendo, hay también esta experiencia táctil, pero más allá de este conjunto de percepciones sensoriales no hay nada. Sensaciones, al fin y al cabo, que deben dispersarse, las espanto ¡Ahora! ¡Fuera! ¡Largo de aquí! ¡Aléjense de mí, putas! ¡No me toquen!
Lloro. Es inútil. Es seguro que estoy perdiendo la razón. Ensayo otra vez, en tercera persona. Esto es ridículo. ¡No! ¡Aléjense unas de otras! ¡No se toquen! ¡Largo!
Pssrrr. 禁止吸煙. 請不要打擾. CO/1038727792. Limited release. Broken locks or hinges. 不要使用電梯,如果著火. 38樓 不要使用電梯,如果著火. 37樓. 不要使用電梯,如果著火. 36樓. 不要使用電梯,如果著火. 35樓. 不要使用電梯,如果著火. 34樓. 不要使用電梯,如果著火. 33樓. 不要使用電梯,如果著火. 32樓. 不要使用電梯,如果著火. 31樓. 不要使用電梯,如果著火. 30樓. 不要使用電梯,如果著火. 29樓. 不要使用電梯,如果著火. 28樓. 不要使用電梯,如果著火. 27樓. 不要使用電梯,如果著火. 26樓. 不要使用電梯,如果著火. 25樓. 不要使用電梯,如果著火. 24樓. 不要使用電梯,如果著火. 23樓. 不要使用電梯,如果著火. 22樓. 不要使用電梯,如果著火. 21樓. 不要使用電梯,如果著火. 20樓. 不要使用電梯,如果著火. 19樓. 不要使用電梯,如果著火. 18樓. 不要使用電梯,如果著火. 17樓. 不要使用電梯,如果著火. 16樓. 不要使用電梯,如果著火. 15樓. 不要使用電梯,如果著火. 14樓. 不要使用電梯,如果著火. 13樓. 不要使用電梯,如果著火. 12樓. 不要使用電梯,如果著火. 11樓. 不要使用電梯,如果著火. 10樓. 不要使用電梯,如果著火. 9樓. 不要使用電梯,如果著火. 8樓. 不要使用電梯,如果著火. 7樓. 不要使用電梯,如果著火. 6樓. 不要使用電梯,如果著火. 5樓. 不要使用電梯,如果著火. 4樓. 不要使用電梯,如果著火. 3樓. 不要使用電梯,如果著火. 2樓. 不要使用電梯,如果著火. 1樓. 不要使用電梯,如果著火.

20091121

Manual práctico de las distancias cortas XVII: De Dios ¿o del absurdo?


Sin duda, la peor de las perversiones que me hace sufrir Luz Irizábal durante este encierro es privarme de libros, porque del resto… siendo su esclavo sexual no carezco completamente de gratificaciones, al menos hasta ahora. Luz pretexta que en Shanghai no hay librerías occidentales y que lo único que podría comprarme serían bestsellers en inglés o manuales para inversionistas. No le creo. Seguramente no se atreve a entrar en una librería por miedo a hacer el ridículo. No por nada, cuando en el avión mencioné a Giorgio Agamben ella entendió Giorgio Armani y cuando de reojo leyó que yo escribía algo sobre Habermas en mi cuaderno de notas, me preguntó si estaba investigando sobre Halloween: "Ay, es que tu letra es muy fea", dijo tratándose de justificar. Al conocernos, le había preguntado cuál era su libro favorito y me dijo que Las mil y una noches, pero al charlar comprendí que no lo había leído y que estaba blofeándome. Por suerte, en mi portafolio llevo siempre ensayos qué calificar de mis alumnos y, en esta ocasión, ellos me permiten alargar mis meditaciones lo más posible. Al cabo de un rato de lectura, me acerco a la ventana y alargo la vista desde este piso 38. Alcanzo a ver un templo ¿budista, confucionista, taoísta? Veo también los rascacielos que crecen entre las ruinas de pagodas y viviendas tradicionales. Luego vuelvo a la lectura o, más bien, al desciframiento de los párrafos garrapateados de mis estudiantes y así espero a que Luz regrese con comida exótica y algún nuevo capricho.
De los ensayos, el de Alejandrina me ha sorprendido por su ingenio, al aplicar el principio de razón suficiente de Lebiniz al tema de la existencia humana. “Por algo estamos aquí” dice ella. Leibniz cree que hay siempre un fundamento del enlace intrínseco entre los términos de una proposición verdadera (es decir, Praedictaum inest subjecto, todo predicado está encerrado en el sujeto) y que un corolario de ello es el axioma vulgar de que todo tiene una razón en este mundo. De otro modo, según Leibniz, habría proposiciones absurdas donde el sujeto no contendría el predicado (filósofos que no filosofasen, sillas que no sirviesen para sentarse en ellas, etc.). Y es que en el siglo XVII el azar y el absurdo eran todavía suposiciones quiméricas. Los conceptos de suerte, azar, fortuna, apenas estaban siendo formalizados y coexistían, mal que bien, con el determinismo. Para estos filósofos, el futuro estaba escrito aunque fuera como resultado de un cálculo en la mente de Dios. En el siglo XIX, llegó el argumento de la muerte de Dios y sus corolarios: la interpretación metafísica de la mecánica cuántica y la literatura del absurdo en el XX. Pero para Alejandrina, el principio de razón suficiente ha vuelto a ser válido, precisamente por el fracaso de los fenomenólogos del absurdo, de Kafka a Ionescu, de Tzara a Fellini, pasando desde luego por los surrealistas y los pintores expresionistas abstractos. No por nada, el absurdo de escritores contemporáneos como Murakami ha vuelto a ser místico.
Lo interesante es la estrategia cognitiva que siguen ella y algunos otros estudiantes del siglo XXI para abrirle un campito a la idea de Dios. El argumento del sombrero que le da Leibniz a Arnauld, y que para mí sigue siendo un ejemplo ridículo, es reelaborado por Lidia Chávez. Como se sabe, más allá de postular la armonía preestablecida entre los seres, que marchan como relojitos independientes unos de otros pero sincronizados, Leibniz cree también en la armonía entre el mundo material y el espiritual. Y no es que mi espíritu le diga a mi mano que se acomode el sombrero, sino que milagrosamente coinciden mi voluntad de acomodarme el sombrero y el movimiento de mi brazo que hace lo propio. Pues Lidia encuentra en este argumento ad hoc de Leibniz a Arnauld, una manera de salvar a Dios en nuestra sociedad tecnológica. Si mi computadora Toshiba funciona mientras escribo en la cumbre de un rascacielos chino, detrás de mí un Dios neoliberal deja hacer y deja pasar. No interviene, está de acuerdo.
Fidel, por su parte, también rescata de los escritos de Leibniz argumentos teológicos, en vez de interesarse por la lógica o por el proyecto epistemológico de éste. Dice que Leibniz entiende a Dios como un todo y no como el todo. La característica de ese todo sería, en términos cartesianos, el hecho de contar con ideas perfectamente claras y distintas. Ese todo sería compatible con otros todos, pues Leibniz insiste a lo largo de su obra en que las mónadas o unidades de la realidad reflejan la totalidad del resto de lo existente, aunque ellas mismas no tengan ventanas. Por lo tanto, Dios sería una mónada que no se distinguiría cuantitativa sino cualitativamente de otras, pues para ser un todo se requiere poseer un número preciso de elementos (la totalidad, cifra común a todos los todos, al menos antes del descubrimiento de la aritmética transfinita), mientras que la manera de poseerlos sí puede variar. Habría de todos a todos. No todos los todos serían iguales. Y Dios sería un todo entre otros, pero se apercibiría de ello con una clarividencia total (en un sentido cualitativo de totalidad). Dios sería el único todo que poseería todo el conocimiento. Esta lectura hace compatibles las perspectivas de Leibniz y de Spinoza, la diversidad y la unidad de lo substancial, y anticipa a Hegel, quien postulará más tarde que el absoluto es una conciencia universal.
La asombrosa comodidad con la que mis estudiantes escriben argumentos metafísicos me rebasa. Si yo fui formado en el más austero empirismo lógico, tanto en México como en Francia ¿de dónde sacan ellos estas reflexiones? Lástima que estén equivocados. Sería tan útil que el hombre pudiera escalar para pensar más allá de su propia mente, pero es imposible, tan imposible como para mí salir de esta torre.
El entusiasmo y la sorpresa que me causan estas disquisiciones teológicas de mis estudiantes se ve interrumpida por el ignaro que nunca se apareció en clase, que tuvo la desfachatez de presentarse al examen y que me traduce cogito ergo sum por “sólo sé que no se nada”. Tú lo has dicho, meu filho.

20091111

Manual práctico de las distancias cortas XVI: De la monotonía


Escribo desde el último piso de un rascacielos vacío. Estoy en Shanghai, el puerto de donde salen los millones de mercancías que tienen la etiqueta made in China y que el resto del mundo compramos en los supermercados o en las tiendas de lujo, pero también en los tianguis de artesanías tradicionales (mi primer día aquí descubrí que esas víboras de madera que venden en Tepoztlán, hechas mediante cortes estratégicos a un palo y que se mueven como si fueran reales, no están hechas por manos mexicanas, sino en serie y por miles en algún taller chino). Deben ser las 7:20 a.m. en la Ciudad de México, pues son las 20:20 en esta ciudad. No puedo salir, Luz Irizábal me ha encerrado aquí. No hay ningún otro huésped en los cinco pisos contiguos. Lo sé porque, al salir del aeropuerto hace cinco días, Luz entregó al taxista una tarjeta con la dirección del hotel; éste condujo durante veinte minutos por la ciudad y, al fin, se detuvo en una zona devastada por las construcciones. Sacamos las maletas y caminamos con ellas (yo cargaba ambas) en dirección a las grúas y tractores.
“He elegido un hotel donde estaremos realmente tranquilos –me dijo Luz-, está en medio de las obras que están haciendo para la exposición universal del 2010 y nadie se hospeda allí. Además, conseguí la suite más lujosa con 80% de descuento.”
Era difícil respirar por el polvo y por el calor asfixiante. En medio del estruendo de motores y perforadoras, librando mangueras y cables, escombros y varillas, Luz mostraba la tarjetita a los trabajadores que se quitaban el casco, decían cosas incomprensibles y, al fin, nos señalaban hacia donde seguir caminando. Así anduvimos a pie durante treinta minutos hasta reconocer, a contraluz, el gigantísimo hotel. Debía ser un lugar muy lujoso, pues daba al río Huangpu, con una vista preciosa.
En la otra orilla se veía una hilera de rascacielos posmodernos. Al aproximarnos a la entrada se abrieron ante nosotros las puertas automáticas y nos envolvió la corriente gélida de aire acondicionado. Nos registramos ante una adolescente vestida con uniforme azul rey y, como si fuéramos dos corresponsales de guerra, de tan cubiertos de polvo y sudor, subimos a nuestra habitación en el piso 38.
He omitido dar explicaciones preliminares de cómo me trajo Luz hasta Shanghai. Todo se resume a la argucia de que el tenor mexicano Rolando Villazón cantaría aquí, que supuestamente era amigo cercano de Luz, que no podíamos perdernos el concierto y que ella me pagaría la mayor parte de los gastos. No me pareció una frivolidad, era sólo un lujo normal para una mujer rica como ella y yo era su amante, de modo que debía acostumbrarme al tipo de vida de los millonarios. El trimestre había concluido en la universidad y yo podía disponer de algunos días.
Aunque estábamos exhaustos, esa primera noche en Shanghai hicimos el amor como a ella tanto le gusta. No repetiré la descripción que ya he hecho de nuestro primer encuentro, en la entrega XIV, sobre el vulvaluz o la naturaleza del tiempo. Sólo hago notar que se trató de lo mismo, casi exactamente de lo mismo, otra vez. Quiero decir que viéndolo todo, panorámicamente, a través de su pubis, esta vez nuestro coito era un retorno. Lo único que cambiaba eran unos cuántos recuerdos nuevos, los que se habían acumulado entre nuestro último encuentro y ahora. Si en aquella ocasión había visto desde mi nacimiento hasta mi muerte pasando por el pasado y la flecha del futuro a partir de mi existencia, esta vez veía también una ligera desviación en el porvenir junto a un pasado ya fijo como un bloque de mármol. “¡El vulvaluz, ya está, el vulvaluz otra vez!”, le dije aprovechando un respiro. Sus muslos respondieron apretándome aún más las mejillas y silenciándome. Marqué con las uñas una líneas a lo largo de su espalda, paralelas a las líneas de sus vértebras, como dibujándole las cuerdas de una guitarra, como gritándole lo mismo con otro lenguaje. Entendí que era simultáneo, sus glúteos temblaban anunciando el orgasmo y sus chillidos de roedor me lo confirmaban. Regresé a mi puesto en esos momentos críticos, como el marinero responsable del periscopio en un submarino. Llegó el temblor y Luz se agitó, se agitaron sus brazos y sus caderas, sus mandíbulas y sus pies. “Es esto lo que quería decir Bretón al afirmar que la belleza será convulsiva o no será -pensé-, se refería al orgasmo convulsivo de las mujeres, de otro modo la frase no tiene sentido”.
Al día siguiente, Luz y yo visitamos la ciudad. En ese momento me fascinaba, pero los acontecimientos posteriores me impiden escribir este relato como el turista que fui ese día. He olvidado lo que pensé del salón de té que visitamos, del barrio antiguo y del museo. Incluso he olvidado las explicaciones de ese guía que nos habló de los más antiguos caracteres chinos inspirados por motivos sexuales (falos y vaginas dibujados de unas u otras maneras habrían dado lugar a conceptos abstractos: lenguaje, fuerza vital, etcétera). Todo pasó a un segundo plano desde que Luz me contó, en la cena, lo que le ocurría.
Durante su adolescencia, según me dijo, había atisbado los problemas de su vida sexual aún antes de ejercerla con los hombres. Gozar era para ella, aún en solitario, un reto. Luego de casarse con Santiago, la pareja había ido a Houston para tratarse, pues ambos creían que ella era frígida. No había tenido resultados ni en ese ni en otros viajes a hospitales y clínicas americanos. Fueron los tratamientos alternativos y, más aún, esotéricos, los únicos que le dieron resultados. Un día, un chamán salido de una reserva indígena de Estados Unidos, recomendado por la esposa de un acaudalado banquero mexicano, la curó. El tipo logró despertar sus deseos e, incluso, seducirla. Pero cuando Luz experimentaba, por fin, un orgasmo, el hombre se asustó y huyó. Con una mezcla de esperanza y confusión, Luz prosiguió por la vía de las prácticas ocultistas. Finalmente, durante un viaje a París, Alejandro Jodorowsky le habría leído el tarot y diagnosticado lo opuesto de la frigidez: ninfomanía. “La carta del diablo, en el tarot de Marsella, representa a un hermafrodita y su significado es la lujuria. Es el arcano que rige mi vida, junto con la estrella y la fuerza. Sufro de una libido tan intensa que la satisfacción sexual, en mi caso, será siempre un ideal.” Fue Jodorowsky, también, quién le explicó que, en vez de clítoris, Luz poseía un “vulvaluz”. Luego de meses de investigación y auto experimentación, Luz había llegado a convencerse de que su problema se resumía, entonces, a la monotonía.
-Es difícil saciarme –me dijo durante aquella cena- y, cuando lo consigo, el placer absoluto resulta siempre igual, es equivalente a la frigidez. Los extremos se tocan. Cuando me escribiste en Facebook diciéndome que conocías mi vulvaluz y vi que eras un profesor de filosofía, volví a esperanzarme. Hicimos el amor y fue muy intenso, lo reconozco. Pero ya conocía esa sensación, es siempre la misma. Lo fue la segunda vez y lo fue anoche, al otro lado del mundo.
-No te presiones –le dije a Luz-. Creo que no deberías creer a pie juntillas las interpretaciones de chamanes y videntes. Estás introyectando lo que ellos te dicen. Lo estás volviendo realidad. Tu vida no puede estar marcada por tres cartas del tarot. Tu misterio trasciende la interpretación que te dio Jodorowsky.
-¡Pero tú también has experimentado el vulvaluz! –respondió.
-Sí, sí. Es una experiencia maravillosa. Cuando hacemos el amor comparo cada caricia, cada sensación, con las caricias y sensaciones del pasado. La comparación trasciende mi vida. Me proyecto en la historia y hacia el futuro. Las imágenes se amontonan en mi mente. Es maravilloso. El tiempo es algo concreto y unificado en esos momentos.
-¿Y cada vez es diferente? –preguntó Luz, agresiva y triste.
-Muy poco –reconocí.
-Lo ves, es monótono. Incluso el placer absoluto, la felicidad absoluta y el conocimiento absoluto resultan monótonos.
-El secreto, quizá, está en concentrarse en los detalles –le dije-, no en el absoluto. Identificar eso que cambia cada vez, por ínfimo que sea. Debes estudiar budismo.
Esa noche no hicimos el amor. A la mañana siguiente, Luz había desaparecido y yo me encontraba encerrado en nuestra habitación. Se había llevado el teléfono. Pedí ayuda a gritos pero nadie vino a ayudarme. La camarera no se presentó en todo el día. Esa noche, Luz regreso empuñando un revólver: “Si te mato nadie se enterará. No hagas tonterías y obedece. Cuando el placer absoluto es insuficiente, hay que buscar del lado del sufrimiento”.

20091108

Venganza contra la mujer que me tiene secuestrado en este rascacielos vacío


Me invitaste a Shanghai, ninfómana burguesa,
a escuchar al tenor Rolando Villazón
¡Cómo iba a imaginarme que yo sería la presa
de tus perversidades y de tanta abyección!

Me sofoca la espera y escribo en esta mesa
sonetos vengativos con desesperación.
Nadie anda por aquí, sólo la grúa regresa
a retirar los restos de la demolición.

¿Como es que este acostón tornose acosamiento,
pesadilla, secuestro, quizá desmembración?
Aunque no muera de hambre, ni sienta aburrimiento
maldigo mi ceguera y mi contradicción.
Débil de voluntad, frágil de sentimiento
una rubia exultante me masca el corazón.