20090611

Manual práctico de las distancias cortas IX: De la compatibilidad entre la pasión amorosa y la amistad

¿Tienes un minuto? Soy Santiago. Me enteré que estás diciendo que te vas a vengar de mí. No sé qué pretendas hacer, pero por lo menos es tiempo de decirte lo que pienso realmente sobre lo que pasó. Puedes reclamarme muchas cosas, por ser cobarde o ingrato, pero no porque lo haya planeado o porque te odie. Desde ahora te digo que no te he visto porque lo que pasó es insoportable para mí. Busca entonces otros argumentos. Tú me odias y tienes razón, yo nunca te odié y sigo sin tener razón para odiarte. Me escondí por miedo, insisto, pero no soy un criminal.
Es verdad que las cosas se fueron pudriendo entre nosotros desde antes, pero no interpretes el accidente como la gota que derramó el vaso. El accidente fue un accidente. Andas diciendo que ya traíamos problemas y que quise matarte. Cuando vivíamos en Boston tenías la teoría de que una cosa son los amigos y otra los amantes, y que nuestra relación era destructiva. En cambio, para mi todo era normal, quería casarme contigo. Desde un enfoque realista, terrenal, eras mi “mujer ideal” ¿me entiendes? Quiero decir que a pesar de tus defectos eras todo lo que yo necesitaba. Aunque no fuéramos completamente afines. Por ejemplo, llenaste el departamento de bichos, lo que hubiera desquiciado a cualquier otro y no te reclamé. Esa rana argentina que silbaba en las noches, sobretodo cuando oía rechinar la cama. ¡Yo estaba escribiendo una tesis de doctorado y necesitaba dormir bien! Y trajiste la ardilla coreana que se cagaba en mis libros y durante un tiempo el hurón que apestaba a alquitrán. Pero yo te amaba, te perdonaba eso y más. Incluso llegué a amar tus mascotas como un reflejo de cómo te quería.
En primer lugar, independientemente de nuestra historia, es obvio que tienen que poder ser compatibles la pasión y la amistad, porque si no valdrían madres todas las relaciones amorosas, pues no habría parejas con algo de estabilidad. Tu idea de que la amistad o la pasión pueden durar pero nunca juntas es porque estabas fascinada con los amantes de las novelas de Kundera que durante décadas se ven a escondidas una o dos veces al año. Y entraste en ese trip, en ese delirio de los amantes eternos ocasionales, lo llevaste demasiado lejos. Si de por sí era destructiva tu furia de morderme, de lamerme hasta el ombligo, por no decir otras partes. ¡Todos esos excesos que me enseñaste! ¡No estaba acostumbrado, con las novias mojigatas que tuve! Nos apretábamos el cuello cada vez más fuerte. Luego yo ya empezaba a hacer cosas tan idiotas como cancelar tu boleto de avión a México para que te quedaras conmigo en la cabaña, pero en vez de pasar una semana más de vacaciones te corrieron del trabajo y te encabronaste. Obviamente. Pero si yo quería darle intensidad a nuestra relación, creo que tu querías armar un escándalo para que terminara todo. Al final nos guardábamos algo de rencor, pero el accidente no fue resultado de los excesos, no mames, no seas injusta.
Siempre te influenciaron las novelas que leías. Tal vez la amistad y la pasión no se lleven, pero retrospectivamente pienso que no íbamos a dejar de ser amigos para ser solamente amantes, ni al revés. Eso no lo hubiéramos podido decidir así. No podíamos clausurar la amistad para que la pasión circulara. Tampoco ser “solamente amigos”, qué absurdo. A menos, obvio, que nos hubiéramos separado, pero no se trataba de eso. ¿Qué debimos haber hecho? No veo en qué supuestamente nos equivocamos. Del lado de la amistad... íbamos al cine con el mismo gusto, a ti te hacían llorar las películas iraníes, a mi si acaso algún melodrama comercial sobre niños huérfanos, como en Inteligencia Artificial de Steven Spielberg (pero fue porque mi mamá acababa de morir). A mi me daba por ir a misa de vez en cuando y en esos casos tu no criticabas a la Iglesia, no te burlabas, me respetabas y, a cambio, en las cenas con amigos esnobs ateos yo te dejaba criticar a la Iglesia. Sí éramos muy amigos, no queríamos hacernos chingaderas, nos protegíamos.
¿Por qué me fui? Por lo que pasó. Porque las malditas coincidencias pueden ser perversas. No lo sabes pero poco antes del accidente había estado leyendo en la biblioteca de la universidad un libro de Bataille, un libro muy raro sobre ojos que son personajes, que se prostituyen, que gozan, que se relacionan y entonces ven según viven, ven según cómo los tratan. No sé, algo muy raro. Me fui por lo que pasó o cómo lo viví. Cómo lo ví, cómo lo escuché. Tu grito fue menos espantoso que la sensación instantánea de atravesar tu rostro, verte caer y seguir sosteniendo el metal. Te ví revolcada en medio de patadas y quejidos. Fue terrible. Mis brazos se fueron comprimiendo como las patas de un insecto agonizante. Llegó don Arturo, se arrodilló frente a ti y te quitó la careta perforada. Yo me dejé caer al suelo. Permanecí escondido unos segundos en la oscuridad creada por mis párpados, deseando que eso no estuviera pasando. Antes de volver a abrir los ojos se repitió la escena en mis entrañas: vi tus senos saltando con la misma imprudencia que tus piernas en medio de una selva de ruidos de guerra. Volví a verte cuando me acorralabas hasta hacerme chocar de espaldas con la pared, y lo juro, de no levantar el florete al nivel de tu cara, te habría perforado el corazón, no el ojo.
Don Arturo y un instructor sujetaron tu cuerpo histérico y te llevaron cargando. Mientras se desvanecían tus gritos por la distancia los míos comenzaron a aparecer en aquel rincón del gimnasio. Un lamento infantil me mantuvo comprimido como un feto. De pronto, descubrí mi mano aferrada al mango del florete y la separé como si cogiera una braza. Me levanté y caminé en la dirección ineludible de tu sangre. Entonces, algunos de los que miraron la tragedia se atrevieron a preguntar por lo que había pasado y un hombre me ayudó a quitarme la careta. Busqué en mi maleta las llaves del auto y fui al estacionamiento sin cambiarme de ropa. Mientras conducía se repetía otra vez el sonido de tus gritos, intermitentes, como la sirena de una ambulancia.
Encontré el hospital a donde te habían llevado. Entré a verte. Tu respiración producía un silbido aunque estabas dormida. Estabas vendada pero de todos modos no me atrevía a mirarte de cerca y ver “mi obra”. De pronto, se abrió tu ojo y huí instintivamente del cuarto, lleno de terror.