20191206


Compro alegrías de amaranto, a un niño, en la calle. No debería. El trabajo infantil debería estar abolido. No tienen etiqueta de ingredientes, ni fecha de caducidad, ni logo, ni código de barras. Pero el niño me exigía que le comprara con tanta desesperación. Y las alegrías estaban a muy buen precio. Son bloques grandes, rectangulares, que me sacian más que el "fruit cake" navideño que compramos en el restaurante de la Condesa. Y están deliciosas con un café con leche. Y me hacen pensar que vivo en un país milenario, que de alguna manera resiste al Apocalipsis.