20090428

Manual práctico de las distancias cortas IV: De los que han tratado de cogerse al cabrón mundo

Para la noche prometida no compro calcetines sino ropa interior, aunque los que tienen agujeros son mis calcetines. Lo que pasa es que casi ninguno de mis calzones me convence: tienen demasiados colores o están descoloridos. Meto una sola muda de ropa en la maleta y termino de llenarla con dos libros (un Bourdieu y un Murakami, trabajo y placer respectivamente). En la estación de camiones, sin embargo, me compro una revista idiota, la Quién, ni trabajo ni placer: “Creel papá de nuevo. El panista, de 54 años, espera su 5º hijo. La mamá es su novia Paulina, de 31”. Me parece que Santiago Creel, el senador, cura sus derrotas políticas con llamativas relaciones amorosas: luego de perder frente a López Obrador el gobierno de la Ciudad de México, tuvo una hija con la actriz Edith González. Y luego de perder la candidatura del PAN a la Presidencia contra Felipe Calderón, tendrá otro con una joven abogada. Es como si se dijera “miren, no soy un perdedor”. Sarkozy, el presidente de Francia, se casó con la vedette Carla Bruni cuando creía que su imagen era la de un loser, pues su mujer lo había abandonado por el publicista de cabecera.
Me interesan las relaciones entre amor y poder. Hace algunos años, cerca del cuartel general del EZLN en Chiapas, concluía un evento internacional y había música ranchera de un grupo de jovenes zapatistas. Yo, exhausto, descansaba a la sombra de un árbol de limas, acompañado de un miliciano, moreno como la madera de la jacaranda, de ojos rasgados, fuerte y pequeño. De pronto, el cantante del grupo musical dijo que tocarían la canción favorita del subcomandante Marcos y supe entonces que se trataba de « Cartas marcadas » que había escuchado antes en voz de Pedro Infante:

“Por todas las ofensas que me has hecho, a cambio
“del dolor que me quedo; por las horas inmensas del
“recuerdo, te quiero dedicar esta canción… De ahora en
“adelante yo soy malo, sólo cartas marcadas has de
“ver…”

Le pregunte a mi acompañante si conocía la historia del subcomandante, por qué llegó a Chiapas y si tenía alguna relación con lo que dice la letra de la canción, pero éste se negó a decírmelo. Sin embargo, la letra me hacía pensar que había llegado herido de algún mal de amores. Fuese verdad o no, sigo creyendo que una excelente forma de superar una crisis existencial es sublevándose políticamente contra el gobierno, así como una excelente forma de superar una derrota política puede ser tener un hijo con una actriz o con una joven abogada. Es en ese sentido que estos chismes tienen lugar en este Manual práctico.
Pero que esta breve anécdota sobre Marcos no la lean como una provocación los militantes serios que nunca compran la revista Hola o Quién. No la cuento como un cuento difamatorio sobre ese lascivo personaje, ni está tejida con repugnantes registros policíacos, como hizo Carlos Tello en su Rebelión de las cañadas, ni con los delirios persecutorios de la derecha, como Lagrange en La grand imposture o Luis Pazos en el panfleto cuyo título ni siquiera deben recordar los propios seres difamados. Ni con oportunismo, como Edgardo Bermejo en la novela Marcos fashion, de lo más tonto que tenga memoria la historia de la basura literaria (muy diferente, por cierto, de la “literatura basura” de Fadanelli que sí es muy recomendable). Además, suponiendo que alguien iniciara una revolución porque sintiera que el agua ya no lo moja, que el aire es vidrio, que se ha convertido en una estatua sin sangre, no veo por qué habría de avergonzarse o de ocultarlo. ¿Hay otra razón para rebelarse, sino el grito de la sangre, el vaho del deseo, el sudor de la tierra? ¿Otro motivo vale que no sea la dulzura soñada de un contacto o enfrentarse de golpe al eterno rumor de los pasos perdidos? Una revolución no es más que la fiebre de una mano que se atreve a tocar en la sombra, a herir a mediodía. Y cuando triunfa, es cuando nos llena de placeres frenéticos. ¡Todo circula en cada rama del árbol de nuestras venas, la sangre llena nuestros músculos, inunda nuestros oídos! O, como dice Agustín Lara, "hay campanas de fiesta que cantan en el corazón". Por eso vale la pena arriesgar la vida, en vez de vivir encerrado en una soledad entre paredes. Por eso, precisamente, voy a ver Shamanta a Guadalajara. Ya dentro del camión me apoltrono para seguir hojeando la revista Quién.
No es un problema de izquierdas o de derechas, los guerrilleros no tienen el monopolio de la espada ni del corazón. ¿No fue al despertarse en un rancho donde casi todo había muerto que Vicente Fox decidió levantarse contra el PRI? También los que estudian administración de empresas en la Ibero se sienten a veces sin gota de sangre, sin ruido, ni peso, nadando en la abulia. En sus memorias, A los pinos, Vicente Fox narra directamente el espantoso estado en que se encontraba y que lo llevó a la política:

“En Coca Cola hizo su aparición mi única novia formal:
“Lillian de la Concha; al igual que de adolescente, era
“malo para los asuntos de muchachas aunque, para mi
“agrado, ya estaban de moda las minifaldas y los hot
“pants. Siempre me consideré una persona muy
“introvertida en asuntos personales, y no me gustaban
“las expresiones públicas relacionadas con mi
“cumpleaños, por ejemplo. Pues resulta que en una
“ocasión mi asistente, Luz María Aguilar, organizó a
“todas las muchachas de la oficina para que me cantaran
“‘las mañanitas’ y hasta me mandó hacer un pastel en
“forma de cancha de futbol. Cuando llegué a mi oficina
“y vi todo ese revuelo no me quedó más que entrarle al
“guateque. Mi relación con Lillian, quien era
“secretaria del presidente de la compañía cuando yo me
“desempeñaba como director de mercadotecnia, empezó por
“Luz María. En cierta ocasión me preguntó si podía
“acompañar a Lillian a una fiesta y fue tal la
“insistencia que acabé aceptando; de ahí arrancó una
“historia que duró poco más de veinte años. Fue un
“noviazgo absolutamente normal, como el de cualquier
“pareja; como yo viajaba tanto, nos veíamos los fines
“de semana que me encontraba en la ciudad de México”.

Fin de la cita. Fue tal la insistencia de su asistente que Fox acabó viviendo algo peor que el estado de soledad y fracaso amoroso: un matrimonio, descrito casi como un castigo forzado. Antes fue un noviazgo absolutamente “normal”, dice, pero ¿cómo habrá medido la “normalidad” sino usando como unidad de medida a su única novia, lo que significa que seguramente fue un noviazgo peor que lo normal? Mientras pudo, Fox se refugio en el trabajo obsesivo al servicio de la famosa empresa transnacional, pero después, ya sin el puesto en Coca Cola, su vida debió ser un infierno. Vivía aburrido en un rancho solitario de Guanajuato, ya nada se oía en su piscina, ya no chocaban los vasos por brindis interminables con los colegas de la empresa. Después es muy conocida la historia del Fox liberado, el Fox que se atrevió (gracias a la influencia de Clouthier). Por eso era una crueldad tan grande cuando la Iglesia católica le pedía a Fox que se reconciliara con su ex-esposa.
Pero yo no soy un político, sino un solitario profesor. Aunque este blog apenas me da derecho a llamarme escribidor, que no escritor, recuerdo que Kafka decía a Max Brod que el escritor es el chivo expiatorio de la humanidad, porque hace posible a los lectores pecar sin culpa, casi sin culpa. Es cierto. El escritor es leído cuando peca, cuando sufre, cuando se inmola. La gente no lee las ficciones de Anaïs Nin, sino sus memorias de innumerables detalles sexuales autobiográficos (“qué aburridos sus relatos si son imaginarios y sus reflexiones si son teóricas” decían sus editores). Así transformaron a la célebre ninfómana en un chivo expiatorio al servicio de millones de lectores lascivos. Si no se trata de la novela donde Roberto Bolaño confiesa las andanzas reales de los marginales poetas infrarrealistas en la Ciudad de México ¡qué aburrido sería leer sus poemas!, decían cuando Bolaño estaba vivo. Con ese argumento se le transformó en un chivo expiatorio al servicio de miles de jóvenes que nunca han vivido, ni vivirán, la verdadera bohemia, mientras que aquél murió sin disfrutar su fama. Pero yo no tengo talento de chivo expiatorio, no quisiera inmolarme, este no es mi oficio, soy un mero escribidor. Veamos las tres posibilidades que existen: el escritor comercial finge inmolarse y, en realidad, tiene un agente literario que le enseña cuándo y cómo la literatura es negocio; lleva una doble vida, no se toma en serio su literatura, ni se inmolaría jamás. En segundo lugar, el escritor en estricto sentido, de Kafka a Bolaño, de Proust a Anaïs Nin, aparentemente se inmortaliza gracias a su obra, pero en la vida real perece a manos de ella, como explica acertadamente Foucault en el ensayo ¿Qué es un autor?. Finalmente están tipos como yo, los escribidores. Sabemos que el mundo también se burla de nosotros, pero no estamos destinados al sacrificio sino al anonimato. Por ello, algunos planeamos secretamente chingarnos a ese mundo conspirador, a través de una contra-conspiración. En su “Crisis de un poeta anciano al nacer el año de 1983”, Elías Nandino cita a un escritor, Guillermo Fernández:

“La vida se ha burlado de nosotros.
“Lo hará también el polvo de la muerte.”

Acto seguido, Nandino asume el papel de escribidor y tiene un plan último contra el cabrón mundo. Su último poema reza así:

“Eros: hazme el prodigio
“del paro de mi verga
“treinta minutos antes
“de que mi corazón
“tenga que hacer el suyo.

“Quiero tratar entonces
“en ese apuro trágico
“de metérsela toda
“con furia y sin saliva
“a este cabrón mundo.

“Deseo probarle
“con positivo orgullo,
“que al fin ya hubo quien
“le diera por el culo.”

20090421

Manual práctico de las distancias cortas. Tercera parte: Del honor a través del escándalo

Sabía que era inútil guardar el secreto en la universidad. Si hubiera estadísticas rigurosas mostrarían que el 75% de las conversaciones entre profesores corresponden a chismes y burlas acerca de otros profesores: "que si los estudiantes escribieron una carta contra fulano denunciando sus crisis neuróticas", "que mengano preguntó en su grupo quién había visitado el Louvre, siendo que todos sabemos que los muchachos no conocen ni el Museo de Antropología”, "que zutana le grito '¡Patán!' al jefe del departamento y éste respondió tranquilamente 'Pues para un patatín, un patatán'”. El otro 20% de las conversaciones en la universidad son quejas, comparaciones entre colegas o desplantes de ego: "que si a fulano le dieron tal premio porque su esposa es tal cosa", "que no han reeditado mis libros porque no soy un lame botas y porque la anterior edición tenía un tiraje bestial", "si el gobierno de la universidad fuese por méritos académicos, nos turnaríamos en la rectoría yo, el Dr. Avellaneda y el Dr. Molinar, que en paz descanse". El caso es que a la razón pura le corresponde solamente el 5% de nuestros intercambios dialógicos. Nada de qué sorprenderse: Pascal y Wittgenstein escribían sus pensamientos en hojitas y cuadernos para separarlos, cual diamantes en bruto, de la gran masa informe de los chismes y envidias, obsesiones y escatologías que habitaban sus mentes la mayor parte del tiempo.
A partir del testimonio de otros colegas y de alumnos que husmearan en los sitios de encuentros, era obvio que toda la universidad se enteraría progresivamente de mis incursiones en alcahueterías virtuales. Si tarde o temprano iban a ver mis anuncios por Internet –pensé-, mejor sería difundirlos yo mismo y darle un toque filosófico y aventurero al asunto. Así, en vez de urgido me considerarían una especie de explorador de la moral sexual de nuestro tiempo. Esa es una de las razones por las que retomé la escritura del Manual (además, lo reconozco, de que la audiencia de mi blog nunca había levantado por culpa de los aburridos temas anteriores).
Una vez publicados los dos primeros capítulos del Manual, Raúl Gallino, del seminario de estudios africanos, reaccionó a la nueva temática de mi página diciéndome:
-Como dice el adagio Mossi, aunque el chivo necesite una hembra, no debe ir a llorar enfrente de las hienas. Contrólate un poquito.
-Pero si no estoy llorando en el hombro de ustedes, los blogs puede leerlos quienquiera en el mundo. No te pongas el saco, Raúl.
-¿El saco de hiena?
-Eres tú el que lo dices. Me refería a que no eres tu el destinatario de mis textos.
-¿Entonces para qué los escribes? –replicó.
-Escribo para las nuevas generaciones. El sexo y el morbo atraerán lectores y, una vez formados, mis seguidores serán mejores ciudadanos.
-Pero da la casualidad –dijo Gallino- que los blogs sólo los leen algunos conocidos del autor, por morbo como tu mismo dices. Los blogs son el mejor ejemplo de una supuesta dimensión globalizada de la sociedad del conocimiento que en realidad exacerba los localismos y la mediocridad intelectual. Hace veinte años –continuaba-, yo leía a Zolá, a Proust o a Cortázar en mi tiempo libre y, ahora, consulto facebook y reviso algunas páginas de mala calidad, como la tuya.

Toda la trayectoria intelectual reciente de Gallino se concentraba en la defensa de la tesis de que el honor es una virtud de las sociedades tradicionales que habíamos perdido irremediablemente. Él creía que las comunidades indígenas y los pueblos en África se caracterizan antes que nada por el sentido del honor y que nosotros habíamos renunciado a esa virtud suprema a cambio de nada. Ahora, Gallino parecía estar viendo nuevamente confirmada su idea con mi blog:
-Ya lo dicen los Bamún de Camerún, la garra del leopardo puede romperse por culpa de un pobre insecto… La gente se deshonrra por cualquier futilidad. Los estudiantes abren blogs para ridiculizarse, es una situación terrible. ¡Pero que un profesor lo haga me parece aún más aleccionador, aún más patético! Me gustaría analizar tu caso como un ejemplo paradigmático de cómo el honor es desconocido incluso entre nuestros intelectuales.
-Tu puedes escribir lo que quieras, Raúl –respondí fingiendo tranquilidad, pero con un nudo en la garganta-, tienes libertad de expresión.
-Si dicen que la venganza es un plato que se come frío, yo diría que el honor es un tesoro que se evapora cuando uno está demasiado caliente. Es lo que te ha pasado –apostilló Gallino.
Realmente me preocupaba que Gallino me pudiera usar como ejemplo para seguir refriteando su tesis sobre la desaparición del honor en la sociedad contemporánea, pero me parecía poco honorable exigirle que se abstuviese de aludir a mi persona. Debía ignorarlo o, mejor, mostrarle que mi blog contenía textos de calidad, que cierta esencia propia al erotismo universal podía ser develada por una gran pluma. Una vez que había elegido esta vía debía esforzarme por sublimarla. Debía mostrarle al mundo o, al menos, a mi mundillo que la literatura erótica, incluso semi-biográfica, podía ser muy refinada y profunda. Debía entonces mejorar mi blog y convertirlo en una alta obra literaria, recuperar mi honor y mi prestigio a través de la pornografía. Pero la intensidad existencial que requería como autor para la redacción de mi Manual no podría encontrarla en mi imaginación, debía extraerla de la experiencia directa, de los bajos mundos, del sudor de mi frente y del dolor de mis músculos. Acudí a la computadora y volví a revisar la lista de mujeres a las que les había escrito. Eran mi potenciales musas virtuales.
Además de Shamanta había recibido la respuesta de una abogada, Andrea. En su mensaje me preguntaba si me molestaba que fuese fumadora, divorciada y con dos hijos. Aunque me parecían grandes defectos, totalmente incompatibles con mi forma de vida (yo que no fumo, que no debo pagarle pensión alimenticia a nadie, que no he podido regar ningún vástago por el mundo), le dije sin embargo que no representaban inconveniente alguno, para darle así a Andrea el derecho de tratar de transformar mi personalidad neurótica. Le pregunté acerca de sus hijos, de su ex marido y de sus gustos. Ella me respondía de manera escueta, a veces con monosílabos: “pss es un pendejo”, “no k pasó”, “sip”, “oks darling”, “mmmm”, etc. Luego, yo enviaba nuevas preguntas que pretendían esclarecer lo que ella no me respondía con suficiente claridad. Ella volvía a recurrir a los monosílabos y así manteníamos una conversación por Internet. Al cabo de una docena de mensajes intercambiados, cuando yo sentía que comenzaba a comprender su alfabeto y que estábamos a punto de fijar una fecha para vernos en persona recibí en mi correo la siguiente frase:
-Regresé con mi marido. Lo siento, ya no estoy disponible. Andrea.
Más que una desilusión propiamente amorosa, su mensaje me dolió por el tiempo invertido. Me quedaban pocas opciones, en realidad una sola. Shamanta me había enviado nuevos poemas plagiados a su paisano Elías Nandino y, peor que plagiados, intervenidos, modificados para calzarlos a nuestra circunstancia:

“Yo sé que tu vendrás hasta mis manos
“a llenar las tinieblas de mi lecho
“y a juntar tus encantos con mi pecho
“realizando los sueños que gozamos”

O también:

“Aventura perfecta libraremos
“en un secreto, bajo el mismo techo,
“hasta llegar al goce satisfecho
“y sin saber por qué nos encontramos”

Comenzaba a ser evidente que el destino literario de mi Manual y la salvación de mi honor dependían del encuentro con Shamanta. Dijera lo que dijera Serendipiti, sólo esa mujer podría despertar en mí la ansiedad y el espanto, la locura y el exceso, ingredientes que quizá me servirían para redactar mi Manual, a falta de otros como belleza y encanto, cordura y delicadeza; la receta cambiaba, el cocinero tenía que adaptarse. Para avisarle que emprendía la odisea hacia Guadalajara, hacia su cama, decidí emplear su código. Fui a la Biblioteca Vasconcelos y busqué los poemarios de Nandino. Entre éstos traté de localizar los poemas que ella había escogido para mí. En Color de ausencia, poemario de 1924, encontré al fin varios de los versos que Shamanta había copiado y adaptado. Con versos que ella no había empleado urdí mi propio correo electrónico. El original de Nandino decía:

“Vibración de contacto sin historia:
“un recuerdo grabado en la memoria
“Ignorando con quién fue compartido;
“porque llegaste al beso de la noche,
“calmaste mi pasión con tu derroche
“y te fuiste, dejándome dormido”

Shamanta leería:

“Vibración de contactos en tu historia:
“un anhelo grabado en tu memoria
“Ignorarás con quién lo has compartido;
“porque llegaré al beso de la noche,
“a calmar mi pasión con tu derroche
“y a largarme, dejándote dormida”

20090414

Manual práctico de las distancias cortas. Segunda parte: de la amistad

Ante el silencio de las destinatarias a las que había enviado mensajes en el sitio de encuentros, mi instinto de autoestima salió en su propia defensa: "esas pobres chicas deben estar desbordadas de actividades -pensé- y no se conectan con frecuencia a Internet, por eso no te escriben; debes comprenderlas y tenerles paciencia". Pero mis pulsiones autocríticas se aliaron con el enemigo en contra de mi instinto de autoestima: "basta con revisar cuántas están conectadas a Internet". Una pequeña señal roja en la página de cada usuaria del sitio de encuentros mostraba si estaba conectada o no. Cuál sería mi sorpresa: la mayoría de las chicas estaban conectadas. Probé horas más tarde y confirmé mis temores: varias seguían conectadas. Luego de varias pruebas pude darme cuenta que las candidatas seleccionadas por mi para salir conmigo podían clasificarse en diurnas y nocturnas, pero que independientemente de esta observación sociológica la mayoría estaban sacándole mucho provecho a su suscripción. ¿Si no me respondían qué estarían haciendo? Flirteando con otros, obviamente. ¡Esas mujeres estaban con los demás usuarios y no conmigo! ¿Con quiénes? ¿Con los innumerables burócratas trajeados y engominados que aparecían en el sitio de encuentros? ¿Con los rancheros que usaban seudónimos como papituyo, fightlover, gueroranchero? Me costaba trabajo creer que alguna de mis favoritas pudiera sentirse atraída por tipos que se hacían llamar divorciado007 o volcanjalapeno.
Entonces sentí que había cometido un gran error al anunciarme en ese sitio de encuentros. La vergüenza no era que yo, un intelectual, estuviese ahí, sino que ninguna chica me eligiera y que me colocasen al final de la lista como a un paria. La angustia de que la noticia de que nadie me había contactado se difundiera por obra de Serendipiti entre mis amigos comenzó a invadirme. Tenía que hacer algo y de manera urgente. Tenía que ampliar mis criterios de búsqueda, modificar los parámetros y aumentar el número de mujeres que potencialmente pudieran aceptar mis avances. Entré al sitio al borde de un ataque de nervios y modifiqué mis preferencias: “Hombre de 37 años busca mujer de entre 18 y 55 años”. Punto. Borré la mayor parte de las florituras y especificidades en el rubro “tu pareja ideal”. Intereses: marqué "no seleccionado", raza: marqué "no seleccionado", profesión: marqué "no seleccionado"; ingresos: marqué "no seleccionado"; estado civil: marqué "no seleccionado". Eso ampliaba mis horizontes lo más posible. Desde luego, no significaba que estaría dispuesto a acostarme con cualquiera sino, más bien, que invertiría más tiempo en el proceso de selección, que me convertiría en una especie de headhunter de mi propia compañía. También cambié mi presentación, inspirándome en una retórica kantiana: “El ser humano es complejo, no debe ser reducido a un medio sino que es un fin en sí mismo y va contra la dignidad de las personas pretender definirlas rígidamente. Por eso busco alguien muy especial a quien no pretendo definir a priori.” Los frutos llegaron rápidamente. Fue gracias a esta estrategia que Shamanta entró en contacto conmigo. Era una tapatía de 42 años, pechona como una codorniz y falsamente rubia. Pero no estaba fea. Transcribo el primer correo electrónico que me envió:

“Soy verdad –verdad impura-,
“transparente, sin recodo:
“no puedo ser de otro modo
“ni transformar mi estructura.
“En mis entrañas fulgura
“la obsesión de un pensamiento
“que es hambre sexual que siento
“en mi cerebro encendida.
“Es incurable mi vida:
“¡soy y seré sexo hambriento!”

Un puñado de personas, las que me conocen mejor, saben cuántas veces he iniciado este Manual práctico de las distancias cortas, la primera en un cuaderno de adolescente, luego en una libreta de contabilidad robada a mi jefe, más tarde en un foro de discusión por Internet. Y siempre ha naufragado, quedando fatalmente inconcluso, perdiéndose unas partes cuando avanzo en otras. ¿Cómo debo traducir la palabra francesa pitoyable? En el sentido de este reiterado y pitoyable esfuerzo de querer expresar otra vez lo que había intentado ya, sin éxito, una y otra vez. La palabra viene de piedad (pitié, pitoyable), pero alude más bien al desprecio (es pitié meprisante), de tal modo que remite en castellano a ridículo y miserable. Ridículo y miserable esfuerzo de recomenzar el Manual. Pero no es un azar si para Freud la pulsión de placer (del niño hacia su madre, del padre a la hija, de todos hacia su propia libido) y luego la compulsión de repetición (esas obsesiones que nos definen a través de los actos recurrentes) explican lo más profundo de la naturaleza humana. Y ambas explican este texto que estoy escribiendo: pulsión de sexo y de amor que se retuerce sobre sí misma y se convierte en obsesión de la pulsión, repetición circular de esta misma pasión enfermiza. Mi supuesto "romanticismo" no es más que un erotismo que se ignora, mi "erotismo" no es sino lujuria reprimida, mi "lujuria" es pornografía por otros medios y sólo a esta última debe quitársele las comillas y dársele el título de obsesión. Sólo la voluntad obsesiva de escribir el Manual podía hacerme vencer el miedo de encontrarme con alguien como Shamanta. Y estaba listo para vencer mis temores.
Un vulgar hedonista creería que saciar hasta el máximo los instintos carnales es lo que busca secretamente este escribidor, como todos los pornógrafos libertinos. Pero es falso, es imposible creer que lo que perseguimos es la orgía perpétua, prolongar el placer, renovar la excitación con la escritura ¡cómo pensarlo si escribimos exhaustos, vaciados, justo cuando las experiencias que traducimos en palabras nos han abatido! Los textos eróticos pueden despertar la libido de los lectores pero no son escritos en un estado libidinoso, son un extrañamiento de sus autores respecto de sí mismos, un recuerdo. Son la traducción en palabras de lo que forzosamente es un amasijo de sensaciones y pensamientos ya no sexuales sino intelectuales, y que necesitamos desmelar no para seguir gozando sino para no vivir confundidos.
El caso es que fui a casa de Serendipiti y le leí el mensaje de Shamanta.
-Esta mujer es una usurpadora –me dijo-, te apuesto a que el poema que te envía no es suyo.
-Eso es lo de menos, Serendipiti. No se trata de un problema de derechos de autor. No te concentres en la parte de la usurpación, sino en la otra.
-¡Cómo! Si miente en algo así, mentirá en cualquier circunstancia.
-No, ella no ha mentido, porque no me ha dicho que sea la autora del poema.
Ví cómo Serendipiti me jalaba a su lado y fruncía la boca como si quisiera consolarme:
-No necesitas relaciones virtuales por Internet.
-Ya lo sé –respondí-, las prefiero reales.
-Eres un hombre que vale la pena, encontrarás el amor, serás amado, no necesitas ir hasta Guadalajara –continuó Serendipiti mientras me masajeaba el cuello debajo de las orejas.
-Sólo quiero divertirme un poco, Spiti… –alcancé a decir antes de que mi boca fuera clausurada por sus dientes que apostados sobre mis labios abrían paso a su lengua, misma que entraba a buscar mi lengua, al mismo tiempo que sus brazos me rodeaban y una de sus piernas se enroscaba en otra mía. Fue así que volví a quedar saturado y condenado a escribir estas líneas como catarsis. ¿Me entienden? Cuando el libertino pornógrafo ha dado hasta el límite de sus fuerzas e implorado tregua, sólo entonces puede -debe- comenzar a escribir:
Hicimos el amor dos veces, o toda la noche, según como se vea. Serendipiti tiene el don de unir el sexo a la conversación: su voz me susurraba preguntas al tiempo que me mordía las orejas. Al ritmo de anécdotas inacabables modulaba el oleaje de nuestras caderas. Y sólo dos veces en aquella noche debimos detener nuestra conversación completamente para dar paso a la marea, casi la tormenta, una danza violenta en la que hincados parecíamos rezarnos el uno frente al otro, articulados parecíamos cabalgar o atrapados de quien sabe qué asidero parecíamos columpiarnos. Dos veces; toda la noche. Fue éste el primer resultado tangible de mi suscripción al sitio de encuentros y no ocurrió, paradójicamente, con una chica inscrita en el mismo. Días después, Serendipiti me mostró con pruebas en la mano que, en efecto, el mensaje de Shamanta correspondía a una décima del poeta jaliciense Elías Nandino, de 1948, que había plagiado de Internet.
-Ya ves, te salvé de una plagiaria –me dijo satisfecha esta amiga buena.

20090409

Manual práctico de las distancias cortas. Primera parte: Elogio de los sitios de encuentros

Hasta ahora he sido bastante feliz, pero pienso en el futuro y me miro como un anciano solitario, leyendo en un departamento asoleado, al lado de una ventana que mira al sur, en el último piso de un edificio, en un barrio lleno de cafés y restaurantes. Encerrado en esa torre deseo que me llamen por teléfono, que me busquen pero, al mismo tiempo, la sirvienta que sacude el polvo de los libreros me distrae, el ring-ring del teléfono me interrumpe y me irrita, igual que los estudiantes que sólo me traen más y más trabajo (en su mayor parte, tesis con párrafos plagiados de Internet que desde hace años me he resignado a no documentar, ni llevar a la burocrática comisión de faltas de la universidad). En ese futuro no sabré NO estar solo.
Reniego de esa imagen y, sin dudarlo, de un impulso me instalo frente a la computadora. Elijo mediante google un sitio de encuentros amorosos al azar. Tardo diez o quince minutos en entender el mecanismo. Me inscribo y subo una foto mía. Redacto un anuncio, igual que un anuncio de ocasión: “Hombre de 37 años busca mujer de entre 25 y 35 años para charlar, cenar y, luego, quizá, convertirnos en amigos o, mejor, amigos-amantes”. Lo pienso un minuto y agrego: “Da miedo mostrarse aquí pero la vida es corta, ‘el que no enseña no vende’. Sí, venderse, mostrarse ante miles de personas interesantes que están allá afuera”. No me gusta del todo pero lo envío, al fin y al cabo se trata de un aviso más entre miles.
En la antigüedad, como dice Borges, el tiempo debía transcurrir más lentamente. Los viajes eran larguísimas travesías que podían durar una vida entera y las relaciones humanas eran escasas pero firmes. La nostalgia era densa y dependía de grandes separaciones (el marido que se va a la guerra durante años, el hijo que parte para siempre). Hoy, la nostalgia es igual de fuerte pero depende de la separación y del abandono permanentes que resultan de la proliferación de los encuentros, de la aceleración del tiempo. En el sitio de encuentros por Internet veo mujeres, muchas, tantas que no sé a quien dirigirme: la bella oriental de 26 años, con chongo, que sonríe coquetamente; la morena de 34, bellísima, que ama como yo Diablo Guardián, la novela de Xavier Velasco; la cubana bellisisisísima de 32 que se estira ante la cámara como recién despertada o quizá que se remueve por un escalofrío (un gesto que, en todo caso, es tan encantador que me produce un prolegómeno de erección); la joven madre, pecosa, de 25 años que vive con sus padres y que busca “una relación intensa, pero respetuosa”... Desde luego, estas son las joyas que encuentro entre decenas de fotos ordinarias de mujeres normales que buscan una pareja. Pero ese puñado es suficiente para llenarme de entusiasmo. Ante aquella panoplia de historias posibles olvido la imagen de mi futura vejez solitaria y pienso que debería intentar salir siempre con cada una de ellas, con todas ellas, con cientos de mujeres bellas e inteligentes desde ahora y hasta que pueda, aunque pase mis últimos días solo como un perro. ¡Esta es la época que me tocó vivir y debo aprovecharla! ¡Qué hubieran dicho Anaïs Nin, Henry Miller, Elías Nandino o Michel Foucault de la expansión geométrica de las posibilidades del encuentro furtivo, del matrimonio breve, de las 9 semanas y media de pasión! Recapacito, la enorme mayoría de aquellas mujeres dice querer una relación estable, tener hijos, fidelidad, etc. Yo mismo lleno el formulario según la tendencia dominante: dispuesto a tener hijos, a comprometerme, etc. Siendo realistas, cada encuentro con una supondría necesariamente la renuncia a otras relaciones: si la joven oriental me responde y la veo en un café un domingo, la cubana estará con otro a la misma hora. Cada encuentro una separación. Es lo justo. No caben todas las historias. La multiplicación de las historias no es sino la fragmentación de las grandes en decenas de pedazos de historia, de aventuras. Las nuevas tecnologías no han logrado aún que una persona esté en dos camas a un mismo tiempo, menos aún que el “amor de su vida” sean muchos amores.
-Ay, ten cuidado. Es peligroso –me dice Speranta, es decir, Serendipiti cuando le cuento que me he suscrito a un sitio de encuentros amorosos-. No sólo porque te puedan secuestrar sino porque no sabes con quien te vas a topar. Y usa condón, por favor.
-Desde luego.
-¿Por qué mejor no te anuncias en facebook, anuncias que estás buscando a alguien? –dice.
-No, esas redes cibernéticas de amigos como facebook o hi5 son endogámicas, son conservadoras. Atentan contra la intimidad porque anuncian en tu red de conocidos lo que ocurre en tu vida. Y lo peor es que son casi racistas ¿Crees que en las redes de los supuestos intelectuales izquierdistas hay muchos obreros? En cambio, ven, mira las listas de quienes buscan encuentros amorosos aquí: rancheros con sombrero y pecho descubierto recubierto de cadenas doradas, estilistas fotografiadas al lado de la torre Eiffel, diseñadores y ayudantes de diseñador, choferes, jovencitas de un pueblo donde todos los hombres se han ido a Estados Unidos. Esto sí es horizontal.
-¿Y entonces por qué solicitas un perfil determinado de mujer? –pregunta Serendipiti- Excluyes a las mujeres mayores de 36 años, a las que no viven en el Distrito Federal, a las que no tienen maestría.
-Tienes razón, lo reconozco, pero no son dogmas, son sólo criterios prácticos para acotar entre miles de opciones, criterios que podrían cambiar. Ellas también eligen un perfil. Pero al menos compartimos todos una misma plataforma y quizá si me gustara una mujer con un perfil que no había considerado a priori, la buscaría y tendríamos hijos juntos. Una vez, en París, una taxista africana me dijo que el deber de un migrante exitoso es regresar a su país, casarse con una mujer más pobre que él y subirla en la escala social. Creo que, desde el punto de vista moral, tiene razón. ¡Pero hay tantas obreras que no sabría por dónde empezar!
-Mmmmm.... veremos -dice Serendipiti- Apuesto que acabarás con una clasemediera con estudios superiores. ¿De verdad son tan democráticos y justos los sitios de encuentros?
-No. Creo que exagero. Por ejemplo, son codiciadas las güeras más allá de toda lógica. Estamos en México ¡Abundan los hombres intoxicados por la publicidad! Por otro lado, debes pagar 300 pesos para poder comunicar durante un mes, eso no es muy democrático.
Me despido de Serendipiti. Curiosamente, a la semana de haber colgado el anuncio de mi mismo, ni la chica oriental, ni la cubana, ni la morena, ni la joven madre divorciada habían respondido a mis “guiños” y mensajes. Mi autoestima comenzaba a verse afectada. Modestia aparte, es curioso que haya un hombre joven con doctorado en la Sorbona, disponible a la mejor postora y que las mujeres no se precipiten hacia él. ¿Serán tímidas? Imposible, han pagado por el servicio y seguramente quieren aprovecharlo al máximo. O tal vez, me dije, he dejado de ser joven. ¿O es que tener un doctorado no es una gran virtud social? ¿Es como un indicio de una vida aburrida? “Mujer que sabe latín, ni encuentra marido ni llega a buen fin”, pero ¡un hombre culto, profesor, con una plaza burocrática a perpetuidad! Ante la inminencia del fracaso, decidí adoptar una posición proactiva y envié un mensaje más insistente:
“Hola. Dime, por favor, si mi perfil te pareció grotesco o mis frases, y por qué no he recibido ni siquiera una negativa cortés de tu parte. Ya sé que fui muy cínico cuando escribí que ‘quien no enseña no vende’, pero piensa que la mayoría escribe en su perfil ‘No busco a nadie’. Tu misma lo haces y citas a Fito Páez (‘y yo no buscaba a nadie y te vï’), lo cual me parece, sinceramente, un tanto ridículo. ¿Realmente no estás buscando a nadie? ¿Pagaste los 300 pesos de inscripción nomás porque sí? En fin, al menos podemos presentarnos y despedirnos en el mismo acto ¿no? Por cierto, insisto en que te ves guapísima en esta foto y, por último, también insisto en que mi perfil está incompleto; pensé que era mejor conocer personas sin que se guiaran por datos duros sobre mí, pero gano bien mi vida, estoy lleno de chamba pero me puedo organizar para disfrutar de la vida y sacarte a pasear; me encanta viajar; hago yoga. ¡Escríbeme! No perdemos nada si platicamos.”
Desde luego, no podía personalizar mi respuesta y la envié, como machote, a todas las chicas a las que había enviado un mensaje al inscribirme al sitio y que no me habían respondido. Sólo una de ellas citaba a Fito Páez pero, ni hablar, los trabajos finales de mis estudiantes comenzaban a acumularse peligrosamente y no podía dedicar más tiempo a recomponer mi vida personal. Lo que habría de ocurrir poco después creo que no podré olvidarlo jamás.