20110419

La polémica sobre el Museo Soumaya


¿Si me gusta el Museo Soumaya de Carlos Slim entonces he dejado de ser de izquierda? Algunos piensan que las convicciones políticas deben reflejarse incluso en el gusto artístico. Ese razonamiento va contra el principio kantiano de autonomía del juicio estético.
La historia de la pintura y de la escultura es una de las disciplinas más propicias para comprender el tiempo. Sí, el tiempo, ese misterio físico y filosófico. Los fósiles y huesos de dinosaurios también sirven para eso pero la pintura y la escultura son creaciones culturales y nos dan pistas de objetos del pasado que no eran meramente físicos: no sólo mandíbulas y genes sino la mente de un artista renacentista o los retratos de la oligarquía criolla del México independiente. En una época en la que los laboratorios pretenden tener el monopolio del estudio objetivo del tiempo (pruebas de carbono 14, genealogías mediante secuenciación de genes, modelos del origen del tiempo mediante colisiones de iones en un acelerador de partículas, etc.), los museos de pintura y escultura son verdaderos archivos que dan testimonio de la dignidad y la complejidad de los estudios humanísticos. Un buen experto en arte puede ser más exacto en la datación de una pieza que una prueba de carbono 14.
Y, sin embargo, algunos artistas y críticos de arte contemporáneo creen realmente que no deben abrirse nuevos museos de pintura y escultura. Otros críticos del Museo Soumaya creen que éste reúne piezas sin ton, ni son, sin “un argumento”. Opino, en cambio, que el museo contiene colecciones notables (monedas, retratos mexicanos del siglo XIX, escultura europea del siglo XX) y ejemplares representativos de estilos importantes de la pintura occidental de varios siglos (argumento cronológico).
Se habla mucho del pillaje que las metrópolis europeas hicieron de los objetos de otras culturas. Pero el Louvre, el British Museum, el Pérgamo y otras grandes instituciones con colecciones de piezas no europeas se construyeron no sólo gracias al pillaje de conquistadores y exploradores sino también gracias al coleccionismo privado y a sus donaciones. En México, carecíamos de un lote representativo de obras de clásicos de la pintura y escultura europea de los últimos 500 años por la ausencia de conquistas y exploradores, pero también por la falta de coleccionistas lo suficientemente ricos. Ahora contamos con uno, con sus joyas y también con sus piezas menores e incluso dudosas. También contamos con una polémica intelectual acerca del acervo Soumaya y ésta será positiva. Creo que aprenderemos más de la historia del arte si los críticos logran probar que algunos de los cuadros del museo son falsos que si Teresa del Conde, Raquel Tibol u otro experto mexicano conocido es nuevamente el curador de éste como lo es de otros museos y exposiciones mexicanos. Con sus problemas, el Museo Soumaya tiene una museografía distinta y una atmósfera propia que refrescan la mirada.

20110405

¿Qué pasó en Costa de Marfil?


Contra lo que dice el lugar común, las causas de la reciente guerra civil en Costa de Marfil, así como de la inestabilidad política que la precedió, no son "complejas". Se relacionan, desde luego, con la historia colonial del país y con la geopolítica contemporánea, pero en esta ocasión las principales determinantes son internas. Concretamente, en el origen de la guerra está la mezquindad y ambición desmedida de los caudillos locales.
Luego de la muerte, en diciembre de 1993, del primer y único Presidente que había tenido la Costa de Marfil desde la independencia, Felix Houphouet-Boigny, nuevos aspirantes a caudillos comienzan a jugar con las reglas electorales y constitucionales para beneficiarse y excluir a los adversarios. En particular, para eliminar del terreno electoral a Alassane Ouattara, antiguo Primer Ministro, tecnócrata de alto nivel del FMI y candidato fuerte en el norte musulmán del país. A Ouattara se le estigmatiza por haber pasado su infancia en el vecino país de Burkina Faso. Así, el nuevo presidente Henri Donan Bedié inventa como slogan la exótica noción de “marfilanidad” (Ivoirité) para excluir a su contrincante Ouattara. Bedié consigue derrotar a Ouattara y, de paso, construir un muro étnico entre 15 millones de personas. Fractura artificial, oportunista, en un país donde al menos 35 por ciento de la población es extranjera o de origen extranjero. En 1998, Bedié se propone perpetuarse en el poder y promueve una reforma constitucional en su favor, pero un golpe de estado acaba con su gobierno y el caudillo termina refugiándose en Togo y luego en Francia.
El autor del golpe, el general Robert Guei, hace votar el 23 de julio de 2000, una nueva Constitución que consagra la obra maestra de su antecesor: el concepto de “marfilanidad”. En el colmo del absurdo, se exige ser hijo de marfileños después de tres generaciones. Con ello, el nuevo caudillo excluye la candidatura del eterno adversario de origen burquinés, Ouattara. Poco le importa que el nuevo enfrentamiento entre Ouattara y Guéi cristalice de manera definitiva los enfrentamientos étnicos y los actos de xenofobia contra los inmigrantes y la población musulmana. A partir de 2001, el nuevo presidente, el socialista Gbabo, llega al poder e insiste en el tema de la “marfilanidad” con Ouattara en mente. Giué intentará otro golpe de Estado, esta vez fallido, y quedarán en la lucha de caudillos Gbabo y Ouattara, en un país al borde de la guerra civil. Ambos enfrentan con las armas a sus bases (cristiana y musulmana, sureña y norteña). Los seguidores de Ouattara se alzan bajo el Movimiento Patriótico de Costa de Marfil. Luego de los primeros enfrentamientos, las conferencias internacionales se suceden para tratar de encontrar un acuerdo. Junto con las negociaciones diplomáticas, el país experimenta recurrentemente matanzas de opositores políticos.
El periodo presidencial de Laurent Gbagbo termina en 2005, pero éste retrasa las elecciones año tras año. Finalmente, se celebran ¡hasta 2010! El 2 de diciembre de ese año, la Comisión Electoral declara a Alassane Ouattara ganador de la elección presidencial. Sin embargo, el Consejo Constitucional revisa el proceso e invalida más de 500 mil votos de regiones pro-Ouattara. Horas más tarde, Ouattara se declara también presidente y reinicia la guerra civil. La Unión Africana, las Naciones Unidas y la ex-potencia colonial, Francia, apoyan a Ouattara.
Así, una reforma legal instrumentalizada en la lucha de los candidatos presidenciales en Costa de Marfil se ha transformado en un enfrentamiento étnico y religioso de grandes dimensiones. Es verdad que la conclusión de la guerra supuso la intervención directa del ejército francés bajo el argumento de salvar vidas civiles (en primer lugar, la de los miles de franceses que habitan en ese país africano). Pero también lo es que la legitimidad de Ouattara era ampliamente reconocida a nivel internacional.
Aunque parezca extraño, los actuales conflictos armados en Libia y Costa de Marfil son una mezcla de luchas locales a favor de la democracia y de intervenciones coloniales. Reconocer este doble carácter es la única manera de superar el falso dilema al que tratan de llevarnos algunas lecturas latinoamericanas superficiales. Tanto quienes defienden exclusivamente la interpretación colonialista como quienes ven en esas revoluciones movimientos democratizadores autónomos se quedan cortos. Frente al doble carácter de esos movimientos es necesario adoptar una doble exigencia: por un lado, que se eviten masacres de civiles y se instaure la democracia, y, por el otro, vigilar que las potencias coloniales no exploten la nueva situación, una vez alcanzada la paz, mediante expoliación económica. Para hacer esto último es necesario interesarse en la situación de los países africanos y apoyar su independencia económica y política no solamente cuando están en guerra, sino durante los periodos de paz.