20141210

Esnobismo, mentiras y revolución


"¿La UAM Cuajimalpa? Esa no es UAM… cuando se votan paros estudiantiles, los profesores dan clases extramuros en la Ibero". Así mentía recientemente en una fiesta una vedette de izquierda, activista, defensora de derechos humanos, heroína de su extendido círculo face-social. La trató de refutar una alumna de Cuajimalpa que estaba presente, pero ganó el peso del personaje. En la izquierda vale más lo que diga alguien comprometido y famosón. Es más audible quien escribe en La Jornada o forma parte de una ONG, aunque sea un mentiroso. ¿Entienden mi furia? No creo. "Se enoja porque es profesor en Cuajimalpa, pero no es tan grave" o "Algo habrá de verdad, son menos comprometidos allá en su sede en Santa Fe que en Xochimilco". En realidad, el problema no es una ofensa personal, ni a un grupo, es más grave. Se trata de una práctica generalizada en la izquierda mexicana (desde luego, no exclusiva de ésta). La verdad no importa. Importa la "verdad" resplandeciente de lucha, la "verdad" del color de la tierra, la "verdad" como el maíz. Pero siempre "verdad" entrecomillada. Ahora mismo, estamos quizá construyendo ese tipo de "verdades" entrecomilladas. Ya se dice que se ha visto a los normalistas desaparecidos cruzar la sierra o que los llevan Guerreros Unidos y atraviesan un río, atados. Y quisiera que fuera verdad, pero sospecho que algunos quieren construir un mito, una leyenda sanadora e inspiradora por siempre de revoluciones… Yo prefiero saber la verdad, sin comillas, por dura que sea.

20141208

Para leer a Edgardo Buscaglia


Ante la distancia entre sus palabras y sus gestos, me veo obligado a escribir estas líneas. “¿Quién es Edgardo Buscaglia?” me pregunta Sofía que no sabe si abrir los oídos al académico y agitador que algunos temen sea un charlatán disfrazado de consultor internacional sabelotodo. “No lo sé bien, yo también me lo pregunto”, le respondo a mi amiga. Buscaglia es arrogante como lo son, decimos en México, los argentinos de su generación (¿cómo se suicida un argentino?, saltando desde su ego, etc). Siempre está llegando de un vuelo internacional o a punto de perderlo. Sin duda es brillante; cita por nombre, sin mirar sus notas, al gabinete de Peña Nieto, los años en que ocurrieron masacres y capturas de capos en México, los textos académicos clave que nos explican el lavado de dinero o el surgimiento del Cártel del Golfo. Siempre insiste en que México está lleno de falsos expertos (sólo hay 3 verdaderos especialistas del crimen organizado en el país, afirma) y desprecia a algunos de sus ex-colegas en el ITAM. Su discurso se parece mucho, en lo enfático, al de la izquierda obradorista, hoy Morena, y entre sus aliados intelectuales está el combativo académico John Ackerman. Buscaglia nos impele a salir a las calles, ya no a solidarizarnos con víctimas de la “narcoguerra” o el “narcoestado”, sino a actuar. ¡Cercar el Congreso, paralizar la economía! Y lo mínimo que podemos hacer es preguntarnos quién es ese señor, antes de arriesgar nuestro empleo, nuestra libertad, nuestra vida haciéndole caso. Pero cuando uno escucha atentamente al “investigador de la Universidad de Columbia” (entrecomillo porque, siendo yo un modesto profesor, una y otra vez me pregunto cómo puede Buscaglia estar tanto tiempo en México y en muchos otros países y trabajar además en una famosa universidad americana)... cuando uno escucha atentamente a Buscaglia, estaba yo diciendo, a pesar de su vehemencia sus propuestas no corresponden a las de Obrador, ni a las de Morena, ni a las de Ackerman. Él nombra con todas sus letras la probable corrupción en el asunto de la “casa blanca” de Peña-Rivero, pero no nos recomienda exigir la renuncia del presidente. Él llama a la movilización pero, a diferencia de Ackerman, no concentra esfuerzos en defender la inocencia de cualquier detenido en las manifestaciones y, en cambio, sí admite la posibilidad de que haya “idiotas útiles” que lancen cocteles molotov por iniciativa propia, contribuyendo a desencadenar la represión de la policía. Una breve revisión en Internet muestra que Buscaglia no fue siempre antigobiernista en México. A la muerte de José Luis Santiago Vasconcelos, el ex-zar antidrogas mexicano que falleció en un accidente aéreo junto al Secretario de Gobernación Juan Camilo Mourinho, Buscaglia no se ahorró elogios para aquel (elogios, en última instancia, a la política antidrogas anterior a Calderón). En resumen, a pesar de su tono hipercrítico, Buscaglia es un aliado de los que en las redes sociales son a veces llamados “tibios”, porque no exigen la renuncia de Peña Nieto y, aunque hacen lo posible para que continúen las manifestaciones, condenan a los encapuchados y los actos de violencia. Buscaglia reconoce la necesidad del compromiso y quizá del sacrificio ciudadanos, pero no de la violencia como sí lo hace una parte de la izquierda mexicana que afirma en los cafés que “para preparar un omelette hace falta romper huevos”. Como otros observadores extranjeros, Buscaglia deplora que entre la inercia de una sociedad clientelista que exige soluciones al Estado y la inercia violenta que reivindica a la guerrilla de Guerrero, no haya existido en México una posición intermedia fuerte: un movimiento ciudadano determinado a cambiar las cosas por la vía pacífica. Así, esta breve nota tiene como objetivo tratar de identificar con claridad una de las posiciones teóricas que están presentes en el actual movimiento de la sociedad civil mexicana. Ésta no coincide con el discurso tradicional de la izquierda obradorista, aunque no tiene por qué confrontarse con ella. En una frase, le responderé a Sofía: “Opino que sí vale la pena oír a Buscaglia y, mejor aún, comprar su último libro, leerlo y discutirlo juntos. No se trata de un charlatán. Sus propuestas, además, son más conciliadoras de lo que sugiere el tono con el que las lanza. Según él, el movimiento ciudadano del Otoño Mexicano debe imponerle su propia agenda al Estado y hay que preparar esa agenda”.

20141121

La cuestión de los encapuchados


¿Debemos repudiar o incluso denunciar a quienes marchan encapuchados? Es complicado, incluso para quienes creemos que debemos marchar con el rostro descubierto. Ayer, 20 de noviembre del 2014, comencé marchando a las 5:30 dentro del elegantísimo contingente que vestía de negro en el Ángel de la Independencia. Ahí vi a vecinos, colegas profesores y famosos tuiteros. Entre ellos, los pocos encapuchados eran cortés pero enfáticamente señalados por decenas de clasemedieros: "¡Capuchas no, hermano!", "¡Fuera capuchas!". ¿Y quiénes eran los encapuchados? En lo que me tocó ver, había por ejemplo contingentes de maestros de municipios de Guerrero en los cuales algunos se cubrían la cara con paliacates perforados en ojos y boca o con pasamontañas estilo zapatista. También había adolescentes grafiteros en los márgenes del cortejo que antes de pintar un quiosco o un parabús se cubrían. Algunos amigos me cuentan que tuvieron éxito al pedirle a los compañeros que se quitaran la capucha, pero lo que yo presencié es que la exigencia de descubrirse que lanzamos a maestros y grafiteros no fue efectiva. Pronto pensé "tal vez tienen un narcoalcalde en su municipio y temen ser fotografiados aquí, no debo juzgarlos". Luego avancé a grandes pasos hacia la vanguardia de la marcha, pero no llegué a ver a los padres de los normalistas, de tan gigantesca que era la concentración. Tomé entonces en contrasentido hacia Eje Central entre estudiantes de universidades públicas. Ahí había bastantes encapuchados. "Son pandillas, tenga cuidado" me dijo un joven desconocido. Regresé entonces hacia una zona confortable y ¡milagro! me encontré con el contingente de mis alumnos. Obviamente reconocí a quienes tenían la cara descubierta, pero fue curioso ver que algunos de ellos usaban paliacates para taparse la boca y la nariz. No sé por qué. No podía regañarlos, no era mi papel o creí que no era, aunque hubiera querido decirles que las protestas exitosas suponen dar la cara, de modo que los provocadores e infiltrados no puedan actuar. Los estudiantes del contingente de la UAM y otros aledaños también hostigaban a gente (como yo antes), pero no a encapuchados sino a supuestos infiltrados. Cuando veían a alguien con el pelo corto, tipo militar, cientos de dedos lo rodeaban al grito de: "¡Fuera infiltrados!". Luego llegué al Zócalo pero me salvé a tiempo de los desmanes ¿iniciados por encapuchados? No solamente, al parecer muchos de los que empezaron la gresca tenían el rostro descubierto. Por eso agredían a los periodistas que los fotografiaban. Algunas conclusiones personales: Ya no condeno tajantemente a todo "encapuchado" ¡Sería imposible hacerlo cuando descubrí a algunos estudiantes empaliacatados! Pero trataré de debatir respetuosamente con ellos, fuera de la posición de maestro-alumno (son libres, son adultos y no puedo evitar que elijan cubrirse, pero yo también soy libre, soy adulto y puedo elegir tratar de convencerlos de que no lo hagan). Es obvio que la movilización masiva de nuestra sociedad que busca mejorar la situación del país sólo continuará si la represión por parte de la policía no se generaliza. En cambio, si los desmanes aumentan en las manifestaciones, éstas se diluirán. Por eso, no caeré en relativizarlo todo: aunque no condeno tajantemente los paliacates y pasamontañas, junto a muchos otros pido que evitemos que sirvan para romper la acción colectiva. Comprendo que exista el derecho a la rebelión, pero me parece que quienes tengan el valor de rebelarse no deben escudarse en otros ciudadanos. No me sorprende que se peleen policías y activistas radicales, pues esos rituales existen en muchas partes del mundo, pero lamento que eso pueda acabar con el actual tsunami ciudadano y con las esperanzas que porta.

20140812

Los bombardeos de Estados Unidos al "Estado Islámico"

Desde América Latina, el hecho de que el ejército estadounidense lance bombas en algún lugar del mundo sólo puede interpretarse como un episodio de intervención imperialista. La inferencia es automática: “bombas gringas ergo imperialismo”. Y existen muchas razones históricas para ello. Desgraciadamente, eso provoca una especie de pereza intelectual, incluso ¡pleonasmo! pereza intelectual entre los intelectuales latinoamericanos. A diferencia de analistas estadounidenses, franceses o españoles, a pocos columnistas latinoamericanos les preocupa detenerse en los complejos detalles de los conflictos en Medio Oriente. Por ejemplo en los dos siguientes: el hecho de que el ejército del llamado Estado Islámico (EI) en Irak sea dirigido por un antiguo líder de Al Qaeda (y que hoy sea rival de ésta) y, en segundo lugar, el dato de que los yazidíes, por cuya protección se anuncia el bombardeo estadounidense a las posiciones del EI, tengan una religión que asume el perdón divino a Tawusî Melek, el ángel que desafió a Dios, y que los islamistas identifican con Shaytan (Satán). Esos dos detalles, sin embargo, hablan de un conflicto muy distinto del que imaginamos los latinoamericanos con nuestras categorías poscoloniales. ¿Por qué? Porque, por extraño que parezca, la información disponible muestra que lejos de disputarse el petróleo del Kurdistán, un puerto estratégico o un territorio sagrado, los islamistas pretenden exterminar a un pueblo que consideran diabólico. Baste observar que los jihaidistas del EI no han cometido, hasta donde se sabe al momento de escribir estas líneas, asesinatos en masa de cristianos ¡A pesar de ser éstos los herederos de los odiados invasores de las Cruzadas y correligionarios del Occidente capitalista que es mayoritariamente “nazareno”, para usar la traducción literal del árabe! Pero, en cambio, los seguidores del doctor en teología islámica Abu Bakr al Baghdadi, líder del EI, sí han sacrificado ya a cientos de yazidíes, esos “infieles” adoradores supuestamente de Shaytan que, en realidad, son una humilde comunidad montañesa. La racionalidad o, mejor dicho, irracionalidad detrás de esa conducta militar guiada por el fanatismo religioso nos habla de la naturaleza de ese conflicto en particular. Desde luego, existen analistas, como Robert Fisk, que ven detrás de esta nueva guerra la vieja codicia petrolera, pero ¿por qué los jihaidistas se detienen entonces a provocar una carnicería de "infieles" que sólo los debilita ante la opinión pública mundial y retrasa su avance? Y si el bombardeo de Estados Unidos a la artillería de los jihadistas islámicos del EI busca detener el genocidio de los yazidíes, condenar la intervención de Obama (al menos en su primera fase) desde la visión latinoamericana tradicional que la llamaría “expansionista e interesada” es caricaturesco. No digo que quienes rechacen la intervención militar de potencias occidentales merezcan desprecio: el gobierno alemán, por ejemplo, considera, y es su legítimo derecho hacerlo, que involucrarse en esa guerra terminaría favoreciendo a los islamistas, cuando las armas occidentales caigan en sus manos y se genere un movimiento de solidaridad entre sunitas radicales del mundo. Pero el gobierno alemán no actúa con la pereza latinoamericana que, a partir de nuestro doloroso pasado de intervenciones militares y golpes de Estado coorganizados por la CIA, interpreta cualquier acción militar estadounidense como un acto de conquista capitalista. Y se nos olvida que, luego de que Estados Unidos destapara la "caja de Pandora" al invadir Irak, el hecho de no impedir un genocidio allí sería visto como su responsabilidad. He leído vagas condenas a los "nuevos bombardeos de Estados Unidos a Irak" por parte de columnistas latinoamericanos de izquierda y de derecha. Y un ejemplo de dicha pereza intelectual en forma de inexactitud informativa es el titular del periódico mexicano Excelsior del 11 de agosto: “Clinton rompe con política de Obama; critica ataques a Irak”. En realidad, Hillary Clinton no criticó los bombardeos a los islamistas, sino el hecho de que un decidido apoyo militar no hubiese llegado mucho antes (al comienzo de la guerra civil en Siria). Pero la frase “[Clinton] critica ataques a Irak” reconforta en su antintervencionismo a miles de latinoamericanos que no se tomaron la molestia de conocer las verdaderas declaraciones de la precandidata a la presidencia de Estados Unidos. “¡Incluso Hillary critica a Obama!” piensan, sin saber que tal crítica parte de motivos contrarios a los que aducen los pacifistas. ¿Debemos entonces ver los bombardeos estadounidenses al EI positivamente? Al menos, creo que debemos comprender a los kurdos, europeos, israelíes, árabes chiítas y estadounidenses que ven dichos ataques militares como una legítima reacción con fines humanitarios (más aún, como una reacción urgente y necesaria). Después, pero sólo después, podemos estar a favor o en contra de la medida del gobierno de Obama. Por otro lado, opino que también debemos tomar distancia de quienes realizan el razonamiento categórico en sentido inverso: “Los islamistas sunitas rebeldes son un grupo terrorista aún más radical que Al Qaeda, por lo tanto, deben ser exterminados”. La premisa mayor parece cierta: se trata de un grupo que está cometiendo atentados y masacres imperdonables en nombre de la guerra santa y proclamando un único califato musulmán como ni siquiera Bin Laden se había atrevido a hacer. Pero la conclusión es peligrosa. Si ningún pueblo merece ser exterminado, es dudoso que algún grupo humano sí. No sabemos si la crueldad del EI alcanza para identificarlo con el “mal absoluto”, como a posteriori hacemos con el nazismo. Franco Cardini, en su libro Europa y el Islam. Historia de un malentendido, nos recuerda que, durante muchos siglos, el Islam encarnó la sapiencia y fue la religión racionalista por excelencia. Frente a judíos esotéricos y cristianos contradictorios que predicaban la naturaleza humana y divina de Jesús, los musulmanes eran los máximos representantes de la filosofía. Ojalá existiera algún modo de fomentar que los musulmanes sunitas honraran ese pasado. Pero, mientras se encuentra ese modo, no es posible condenar las acciones militares de contención que busquen prevenir el genocidio de un pueblo inocente.