20100816

El gran narcotraficante


Seis policías fueron a cazar al gran narcotraficante. El primero reconoció en el lodo de la brecha la rodada de una Hummer y la siguió hacia la frontera con Estados Unidos.
El segundo tropezó con varias cabezas humanas y ahora se dedica a identificarlas.
El tercero pensó: "los grandes negocios turbios se hacen en buenos suburbios!" y se fue a investigar en la ciudad.
El cuarto desapareció y nunca se ha sabido más de él.
Al quinto le dijeron: "El gran narcotraficante es un tipo divertido: de noche sale de juerga, en el día está detenido."
El sexto soy yo. Opino que mis cinco compañeros siguieron una pista correcta pero que, en el fondo, cada uno está equivocado. El gran narcotraficante no es un simple pollero, ni un preso común, ni es él mismo un sicario. Mi estrategia es holística y dialéctica. Siguiendo el método de la observación participante he ingresado a la mafia. También empleo el arma de las nuevas tecnologías de la información: hablo por televisión, escribo editoriales en los periódicos y mensajes en Facebook y en Twitter. Nadie sabe más que yo del crimen organizado.
En estos momentos estoy modificando el paradigma que guía mi investigación. Veo a los pequeños narcotraficantes como tipos explotados. He visto decenas de campesinos miserables ir a la cárcel por unos carrujos de mariguana que supuestamente poseían. Ya que les prohíben sembrar, vender y exportar su hierba, los narcos se ocultan. Cuando han adoptado una vida clandestina los llaman "hijos de puta" en la televisión, para poder salir a cazarlos (¡qué valientes son los intelectuales de la televisión! nadie parece haber preguntado a Aguilar Camín o a León Krauze, al aire, cuántas veces fumaron un churro de mariguana). Derriban las puertas de las casas de los narcos y se matan entre sí a quemarropa. Desde luego, no niego que los soldados y policías que van por ellos mueran en grandes cantidades. Éstos también son explotados. Desde luego, tampoco justifico la saña y la crueldad de la mafia, pero me pregunto como miles de otros ciudadanos si la guerra desaparecería con la legalización de las drogas blandas.
No quiero sostener una vulgar teoría del complot. No creo que el Presidente mismo o el Secretario de la Defensa sean capos de la droga, lo que pienso es que es imposible capturar al gran narcotraficante. Éste nos tiene, como si dijéramos, cogidos de los huevos. Porque siempre habrá gente miserable que cultive malas hierbas y gringos que las importen. México es un embudo que funciona al revés: la droga entra con dificultad por el orificio menor que está en el sur y desemboca cómodamente en Estados Unidos. La presión, abajo del embudo, es infernal. Por eso los narcos se matan entre ellos y matan a los demás, al entrar al embudo. Frida pintó ese embudo en aquel cuadro que hoy está en el Museo Dolores Olmedo, llamado "Sin esperanza".
No ha existido otro ser humano, aparte de mí, que se haya aproximado tanto al gran narcotraficante, en estricto sentido ningún otro. ¿Entiendes por qué?

20100807

Silogismo electoral versátil (4)


También las buenas lecturas me pueden provocar pesadillas. Leí a Héctor Díaz-Polanco en La Jornada del 7 de agosto, justo antes de dormirme, y en mis sueños sus argumentos se transformaron en alongadas siluetas de políticos seguidos de multitudes como en los murales de Siqueiros en el Castillo de Chapultepec. En su artículo “Las izquierdas y López Obrador”, Díaz-Polanco cuenta que “en innumerables ocasiones me he visto en el trance de atender a la curiosidad de colegas y amigos latinoamericanos que me inquieren sobre la terrible debilidad de la izquierda mexicana”. Luego describe cómo les explica a sus amigos y colegas latinoamericanos que en realidad el PRD y su lamentable situación actual no es a quien debemos voltear para conocer la situación de la izquierda mexicana. La energía transformadora de ésta se expresaría hoy “en un vigoroso movimiento popular que lucha contra el régimen neoliberal, al margen de la estructura partidista tradicional” y esa izquierda es liderada, según Díaz-Polanco, por Andrés Manuel López Obrador. El artículo termina hablando de esos social-demócratas como Denise Dresser y otros comentaristas que ven alarmados que AMLO haya abandonado el centro y las políticas moderadas que se estilan en países como Inglaterra, Alemania, Francia, Italia y Chile. Díaz-Polanco recuerda que en estos países los socialdemócratas “han perdido el poder precisamente por querer situarse en el peldaño que les marcó la derecha”.
Antes de perder completamente la conciencia en la almohada, me pregunté acerca de los referentes de Díaz-Polanco: uno de ellos son sus interlocutores latinoamericanos que en ocasiones innumerables le preguntan acerca de México, a quienes él explica a partir de un esquema gramsciano que el vigoroso movimiento popular del Peje podría evitar que la izquierda mexicana corra la suerte de los derrotados socialdemócratas europeos y chilenos.
¿Qué izquierdas no han sido derrotadas recientemente? Venezuela, Brasil, Bolivia, Cuba. Éstos, me digo a punto de perder la capacidad de razonar por efectos del sueño, son su otro referente.
Cuando se buscan modelos o patrones lo más fácil es recurrir a los referentes más cercanos. Una unidad de medida para calcular longitudes en tiempos de Carlomagno era la estatura del emperador Carlomagno. En Grecia era una porción de la pista del estadio de Olimpia. Con la Revolución Francesa, los científicos buscaron patrones que no fueran arbitrarios o demasiado locales, porque el problema de aquellos referentes era que al morir Carlomagno o al estar lejos de Olimpia, quienes querían confirmar las medidas carecían de los patrones originales. Por eso se pensó en seguir patrones eternos basados en constantes universales. Por ejemplo: una unidad de medida universal puede ser definida como la longitud de un péndulo cuya oscilación en el Zócalo de la Ciudad de México sea de un segundo. O puede ser una porción de la circunferencia de la tierra (un meridiano).
Ya francamente delirando, una angustia me invadió en la cama al pensar que los referentes de Héctor Díaz-Polanco eran francamente locales y perecederos: la Revolución Bolivariana de Hugo Chávez, el comunismo cubano, el gobierno de Lula o de Evo Morales. Fue de esa angustia que emergieron en mi cabeza imágenes de políticos aterradores, parecidos a las siluetas de los espejos deformantes. Eran caudillos con boinas militares, con sombreros villistas o penachos. Llevaban charreteras o puñales de obsidiana. Los acompañaban multitudes enardecidas de campesinos con huaraches y mujeres con rebozo, imágenes que seguramente mezclé con las que había visto en el reciente mitin de AMLO.
La pesadilla se hizo aún más desagradable cuando apareció Felipe Calderón. De los cielos estrellados surgió una luz que al acercarse a la tierra era una nube. Calderón bajó de ella, como un santo, y recitó un discurso en el que anunciaba que prohibía la comida chatarra en las escuelas pero legalizaba la marihuana. Vi cómo en la multitud los niños y adultos obesos adelgazaban con sólo oír la noticia. Luego, de la mano del Dr. Mario Molina, Calderón combatió el calentamiento global que provenía del acaloramiento popular. Me acerqué hasta él y le dije “Señor Presidente, sus políticas sí son universales, no son provincianas y le pido perdón por no haber votado por usted.”
Dicho esto, abrí los ojos, sudando y alarmado de mí mismo.