20141121

La cuestión de los encapuchados


¿Debemos repudiar o incluso denunciar a quienes marchan encapuchados? Es complicado, incluso para quienes creemos que debemos marchar con el rostro descubierto. Ayer, 20 de noviembre del 2014, comencé marchando a las 5:30 dentro del elegantísimo contingente que vestía de negro en el Ángel de la Independencia. Ahí vi a vecinos, colegas profesores y famosos tuiteros. Entre ellos, los pocos encapuchados eran cortés pero enfáticamente señalados por decenas de clasemedieros: "¡Capuchas no, hermano!", "¡Fuera capuchas!". ¿Y quiénes eran los encapuchados? En lo que me tocó ver, había por ejemplo contingentes de maestros de municipios de Guerrero en los cuales algunos se cubrían la cara con paliacates perforados en ojos y boca o con pasamontañas estilo zapatista. También había adolescentes grafiteros en los márgenes del cortejo que antes de pintar un quiosco o un parabús se cubrían. Algunos amigos me cuentan que tuvieron éxito al pedirle a los compañeros que se quitaran la capucha, pero lo que yo presencié es que la exigencia de descubrirse que lanzamos a maestros y grafiteros no fue efectiva. Pronto pensé "tal vez tienen un narcoalcalde en su municipio y temen ser fotografiados aquí, no debo juzgarlos". Luego avancé a grandes pasos hacia la vanguardia de la marcha, pero no llegué a ver a los padres de los normalistas, de tan gigantesca que era la concentración. Tomé entonces en contrasentido hacia Eje Central entre estudiantes de universidades públicas. Ahí había bastantes encapuchados. "Son pandillas, tenga cuidado" me dijo un joven desconocido. Regresé entonces hacia una zona confortable y ¡milagro! me encontré con el contingente de mis alumnos. Obviamente reconocí a quienes tenían la cara descubierta, pero fue curioso ver que algunos de ellos usaban paliacates para taparse la boca y la nariz. No sé por qué. No podía regañarlos, no era mi papel o creí que no era, aunque hubiera querido decirles que las protestas exitosas suponen dar la cara, de modo que los provocadores e infiltrados no puedan actuar. Los estudiantes del contingente de la UAM y otros aledaños también hostigaban a gente (como yo antes), pero no a encapuchados sino a supuestos infiltrados. Cuando veían a alguien con el pelo corto, tipo militar, cientos de dedos lo rodeaban al grito de: "¡Fuera infiltrados!". Luego llegué al Zócalo pero me salvé a tiempo de los desmanes ¿iniciados por encapuchados? No solamente, al parecer muchos de los que empezaron la gresca tenían el rostro descubierto. Por eso agredían a los periodistas que los fotografiaban. Algunas conclusiones personales: Ya no condeno tajantemente a todo "encapuchado" ¡Sería imposible hacerlo cuando descubrí a algunos estudiantes empaliacatados! Pero trataré de debatir respetuosamente con ellos, fuera de la posición de maestro-alumno (son libres, son adultos y no puedo evitar que elijan cubrirse, pero yo también soy libre, soy adulto y puedo elegir tratar de convencerlos de que no lo hagan). Es obvio que la movilización masiva de nuestra sociedad que busca mejorar la situación del país sólo continuará si la represión por parte de la policía no se generaliza. En cambio, si los desmanes aumentan en las manifestaciones, éstas se diluirán. Por eso, no caeré en relativizarlo todo: aunque no condeno tajantemente los paliacates y pasamontañas, junto a muchos otros pido que evitemos que sirvan para romper la acción colectiva. Comprendo que exista el derecho a la rebelión, pero me parece que quienes tengan el valor de rebelarse no deben escudarse en otros ciudadanos. No me sorprende que se peleen policías y activistas radicales, pues esos rituales existen en muchas partes del mundo, pero lamento que eso pueda acabar con el actual tsunami ciudadano y con las esperanzas que porta.