20170420

Muchas mujeres jóvenes ignoran que a los hombres hay que domesticarnos...

Otras lo desconocen toda la vida, no sé si con felices o tristes consecuencias. A mí no me domesticaron ni a la primera, ni a la octava ocasión. Recuerdo hace décadas cuando retozaba en la cama de Magalí, sonriente, y ella me soltó la enigmática frase: "Tendré que domesticarte". Pero no lo logró, se hartó y pronto me cambió por alguien a quien llamaba de cariño Catulo. Otras lo intentaron con masajes orientales, con distintos géneros de música e, incluso, en la oscuridad de las salas de cine. Yo podía percibir sus esfuerzos, su frustración, pero no entendía exactamente qué esperaban de mí. A la distancia, imagino qué sería hoy de mi vida si hubiera sido domesticado antes: en vez de desayunar ligero y cenar fuerte, despertaría ansiando chilaquiles con huevo como Rebeca. En lugar de adorar el café espresso, me habría acostumbrado a los grandes vasos desechables con café americano, como Mary. Viviría en un barrio tranquilo, como Nina. Más que leer novelas recargado contra la cabecera de la cama, vería por las noches series americanas en la televisión, como Teresa. Pero me domesticó quien me domesticó y luego he pasado de mano en mano, en un estado que ya no tiene nada que ver con la situación de la fauna silvestre.