Sabía que era inútil guardar el secreto en la universidad. Si hubiera estadísticas rigurosas mostrarían que el 75% de las conversaciones entre profesores corresponden a chismes y burlas acerca de otros profesores: "que si los estudiantes escribieron una carta contra fulano denunciando sus crisis neuróticas", "que mengano preguntó en su grupo quién había visitado el Louvre, siendo que todos sabemos que los muchachos no conocen ni el Museo de Antropología”, "que zutana le grito '¡Patán!' al jefe del departamento y éste respondió tranquilamente 'Pues para un patatín, un patatán'”. El otro 20% de las conversaciones en la universidad son quejas, comparaciones entre colegas o desplantes de ego: "que si a fulano le dieron tal premio porque su esposa es tal cosa", "que no han reeditado mis libros porque no soy un lame botas y porque la anterior edición tenía un tiraje bestial", "si el gobierno de la universidad fuese por méritos académicos, nos turnaríamos en la rectoría yo, el Dr. Avellaneda y el Dr. Molinar, que en paz descanse". El caso es que a la razón pura le corresponde solamente el 5% de nuestros intercambios dialógicos. Nada de qué sorprenderse: Pascal y Wittgenstein escribían sus pensamientos en hojitas y cuadernos para separarlos, cual diamantes en bruto, de la gran masa informe de los chismes y envidias, obsesiones y escatologías que habitaban sus mentes la mayor parte del tiempo.
A partir del testimonio de otros colegas y de alumnos que husmearan en los sitios de encuentros, era obvio que toda la universidad se enteraría progresivamente de mis incursiones en alcahueterías virtuales. Si tarde o temprano iban a ver mis anuncios por Internet –pensé-, mejor sería difundirlos yo mismo y darle un toque filosófico y aventurero al asunto. Así, en vez de urgido me considerarían una especie de explorador de la moral sexual de nuestro tiempo. Esa es una de las razones por las que retomé la escritura del Manual (además, lo reconozco, de que la audiencia de mi blog nunca había levantado por culpa de los aburridos temas anteriores).
Una vez publicados los dos primeros capítulos del Manual, Raúl Gallino, del seminario de estudios africanos, reaccionó a la nueva temática de mi página diciéndome:
-Como dice el adagio Mossi, aunque el chivo necesite una hembra, no debe ir a llorar enfrente de las hienas. Contrólate un poquito.
-Pero si no estoy llorando en el hombro de ustedes, los blogs puede leerlos quienquiera en el mundo. No te pongas el saco, Raúl.
-¿El saco de hiena?
-Eres tú el que lo dices. Me refería a que no eres tu el destinatario de mis textos.
-¿Entonces para qué los escribes? –replicó.
-Escribo para las nuevas generaciones. El sexo y el morbo atraerán lectores y, una vez formados, mis seguidores serán mejores ciudadanos.
-Pero da la casualidad –dijo Gallino- que los blogs sólo los leen algunos conocidos del autor, por morbo como tu mismo dices. Los blogs son el mejor ejemplo de una supuesta dimensión globalizada de la sociedad del conocimiento que en realidad exacerba los localismos y la mediocridad intelectual. Hace veinte años –continuaba-, yo leía a Zolá, a Proust o a Cortázar en mi tiempo libre y, ahora, consulto facebook y reviso algunas páginas de mala calidad, como la tuya.
Toda la trayectoria intelectual reciente de Gallino se concentraba en la defensa de la tesis de que el honor es una virtud de las sociedades tradicionales que habíamos perdido irremediablemente. Él creía que las comunidades indígenas y los pueblos en África se caracterizan antes que nada por el sentido del honor y que nosotros habíamos renunciado a esa virtud suprema a cambio de nada. Ahora, Gallino parecía estar viendo nuevamente confirmada su idea con mi blog:
-Ya lo dicen los Bamún de Camerún, la garra del leopardo puede romperse por culpa de un pobre insecto… La gente se deshonrra por cualquier futilidad. Los estudiantes abren blogs para ridiculizarse, es una situación terrible. ¡Pero que un profesor lo haga me parece aún más aleccionador, aún más patético! Me gustaría analizar tu caso como un ejemplo paradigmático de cómo el honor es desconocido incluso entre nuestros intelectuales.
-Tu puedes escribir lo que quieras, Raúl –respondí fingiendo tranquilidad, pero con un nudo en la garganta-, tienes libertad de expresión.
-Si dicen que la venganza es un plato que se come frío, yo diría que el honor es un tesoro que se evapora cuando uno está demasiado caliente. Es lo que te ha pasado –apostilló Gallino.
Realmente me preocupaba que Gallino me pudiera usar como ejemplo para seguir refriteando su tesis sobre la desaparición del honor en la sociedad contemporánea, pero me parecía poco honorable exigirle que se abstuviese de aludir a mi persona. Debía ignorarlo o, mejor, mostrarle que mi blog contenía textos de calidad, que cierta esencia propia al erotismo universal podía ser develada por una gran pluma. Una vez que había elegido esta vía debía esforzarme por sublimarla. Debía mostrarle al mundo o, al menos, a mi mundillo que la literatura erótica, incluso semi-biográfica, podía ser muy refinada y profunda. Debía entonces mejorar mi blog y convertirlo en una alta obra literaria, recuperar mi honor y mi prestigio a través de la pornografía. Pero la intensidad existencial que requería como autor para la redacción de mi Manual no podría encontrarla en mi imaginación, debía extraerla de la experiencia directa, de los bajos mundos, del sudor de mi frente y del dolor de mis músculos. Acudí a la computadora y volví a revisar la lista de mujeres a las que les había escrito. Eran mi potenciales musas virtuales.
Además de Shamanta había recibido la respuesta de una abogada, Andrea. En su mensaje me preguntaba si me molestaba que fuese fumadora, divorciada y con dos hijos. Aunque me parecían grandes defectos, totalmente incompatibles con mi forma de vida (yo que no fumo, que no debo pagarle pensión alimenticia a nadie, que no he podido regar ningún vástago por el mundo), le dije sin embargo que no representaban inconveniente alguno, para darle así a Andrea el derecho de tratar de transformar mi personalidad neurótica. Le pregunté acerca de sus hijos, de su ex marido y de sus gustos. Ella me respondía de manera escueta, a veces con monosílabos: “pss es un pendejo”, “no k pasó”, “sip”, “oks darling”, “mmmm”, etc. Luego, yo enviaba nuevas preguntas que pretendían esclarecer lo que ella no me respondía con suficiente claridad. Ella volvía a recurrir a los monosílabos y así manteníamos una conversación por Internet. Al cabo de una docena de mensajes intercambiados, cuando yo sentía que comenzaba a comprender su alfabeto y que estábamos a punto de fijar una fecha para vernos en persona recibí en mi correo la siguiente frase:
-Regresé con mi marido. Lo siento, ya no estoy disponible. Andrea.
Más que una desilusión propiamente amorosa, su mensaje me dolió por el tiempo invertido. Me quedaban pocas opciones, en realidad una sola. Shamanta me había enviado nuevos poemas plagiados a su paisano Elías Nandino y, peor que plagiados, intervenidos, modificados para calzarlos a nuestra circunstancia:
“Yo sé que tu vendrás hasta mis manos
“a llenar las tinieblas de mi lecho
“y a juntar tus encantos con mi pecho
“realizando los sueños que gozamos”
O también:
“Aventura perfecta libraremos
“en un secreto, bajo el mismo techo,
“hasta llegar al goce satisfecho
“y sin saber por qué nos encontramos”
Comenzaba a ser evidente que el destino literario de mi Manual y la salvación de mi honor dependían del encuentro con Shamanta. Dijera lo que dijera Serendipiti, sólo esa mujer podría despertar en mí la ansiedad y el espanto, la locura y el exceso, ingredientes que quizá me servirían para redactar mi Manual, a falta de otros como belleza y encanto, cordura y delicadeza; la receta cambiaba, el cocinero tenía que adaptarse. Para avisarle que emprendía la odisea hacia Guadalajara, hacia su cama, decidí emplear su código. Fui a la Biblioteca Vasconcelos y busqué los poemarios de Nandino. Entre éstos traté de localizar los poemas que ella había escogido para mí. En Color de ausencia, poemario de 1924, encontré al fin varios de los versos que Shamanta había copiado y adaptado. Con versos que ella no había empleado urdí mi propio correo electrónico. El original de Nandino decía:
“Vibración de contacto sin historia:
“un recuerdo grabado en la memoria
“Ignorando con quién fue compartido;
“porque llegaste al beso de la noche,
“calmaste mi pasión con tu derroche
“y te fuiste, dejándome dormido”
Shamanta leería:
“Vibración de contactos en tu historia:
“un anhelo grabado en tu memoria
“Ignorarás con quién lo has compartido;
“porque llegaré al beso de la noche,
“a calmar mi pasión con tu derroche
“y a largarme, dejándote dormida”
20090421
Manual práctico de las distancias cortas. Tercera parte: Del honor a través del escándalo
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honor,
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2 comentarios:
Dr. jajajajajaja, se lo ruego siga escribiendo así, porque gracias a sus narraciones imagino que hago algo que en la realidad no podría.
Gracias.
Espero no tenga inconveniente en que me haya servido de la imagen para una entrada en este blog: http://arte-stendhal.blogspot.com/2009/08/fama-guercino.html
Por otra parte, viendo su blog me congratulo al comprobar que ambos hemos colaborado en la Wikipedia (http://es.wikipedia.org/wiki/Usuario:Rafaelji)
Reciba un cordial saludo.
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