Hasta ahora he sido bastante feliz, pero pienso en el futuro y me miro como un anciano solitario, leyendo en un departamento asoleado, al lado de una ventana que mira al sur, en el último piso de un edificio, en un barrio lleno de cafés y restaurantes. Encerrado en esa torre deseo que me llamen por teléfono, que me busquen pero, al mismo tiempo, la sirvienta que sacude el polvo de los libreros me distrae, el ring-ring del teléfono me interrumpe y me irrita, igual que los estudiantes que sólo me traen más y más trabajo (en su mayor parte, tesis con párrafos plagiados de Internet que desde hace años me he resignado a no documentar, ni llevar a la burocrática comisión de faltas de la universidad). En ese futuro no sabré NO estar solo.
Reniego de esa imagen y, sin dudarlo, de un impulso me instalo frente a la computadora. Elijo mediante google un sitio de encuentros amorosos al azar. Tardo diez o quince minutos en entender el mecanismo. Me inscribo y subo una foto mía. Redacto un anuncio, igual que un anuncio de ocasión: “Hombre de 37 años busca mujer de entre 25 y 35 años para charlar, cenar y, luego, quizá, convertirnos en amigos o, mejor, amigos-amantes”. Lo pienso un minuto y agrego: “Da miedo mostrarse aquí pero la vida es corta, ‘el que no enseña no vende’. Sí, venderse, mostrarse ante miles de personas interesantes que están allá afuera”. No me gusta del todo pero lo envío, al fin y al cabo se trata de un aviso más entre miles.
En la antigüedad, como dice Borges, el tiempo debía transcurrir más lentamente. Los viajes eran larguísimas travesías que podían durar una vida entera y las relaciones humanas eran escasas pero firmes. La nostalgia era densa y dependía de grandes separaciones (el marido que se va a la guerra durante años, el hijo que parte para siempre). Hoy, la nostalgia es igual de fuerte pero depende de la separación y del abandono permanentes que resultan de la proliferación de los encuentros, de la aceleración del tiempo. En el sitio de encuentros por Internet veo mujeres, muchas, tantas que no sé a quien dirigirme: la bella oriental de 26 años, con chongo, que sonríe coquetamente; la morena de 34, bellísima, que ama como yo Diablo Guardián, la novela de Xavier Velasco; la cubana bellisisisísima de 32 que se estira ante la cámara como recién despertada o quizá que se remueve por un escalofrío (un gesto que, en todo caso, es tan encantador que me produce un prolegómeno de erección); la joven madre, pecosa, de 25 años que vive con sus padres y que busca “una relación intensa, pero respetuosa”... Desde luego, estas son las joyas que encuentro entre decenas de fotos ordinarias de mujeres normales que buscan una pareja. Pero ese puñado es suficiente para llenarme de entusiasmo. Ante aquella panoplia de historias posibles olvido la imagen de mi futura vejez solitaria y pienso que debería intentar salir siempre con cada una de ellas, con todas ellas, con cientos de mujeres bellas e inteligentes desde ahora y hasta que pueda, aunque pase mis últimos días solo como un perro. ¡Esta es la época que me tocó vivir y debo aprovecharla! ¡Qué hubieran dicho Anaïs Nin, Henry Miller, Elías Nandino o Michel Foucault de la expansión geométrica de las posibilidades del encuentro furtivo, del matrimonio breve, de las 9 semanas y media de pasión! Recapacito, la enorme mayoría de aquellas mujeres dice querer una relación estable, tener hijos, fidelidad, etc. Yo mismo lleno el formulario según la tendencia dominante: dispuesto a tener hijos, a comprometerme, etc. Siendo realistas, cada encuentro con una supondría necesariamente la renuncia a otras relaciones: si la joven oriental me responde y la veo en un café un domingo, la cubana estará con otro a la misma hora. Cada encuentro una separación. Es lo justo. No caben todas las historias. La multiplicación de las historias no es sino la fragmentación de las grandes en decenas de pedazos de historia, de aventuras. Las nuevas tecnologías no han logrado aún que una persona esté en dos camas a un mismo tiempo, menos aún que el “amor de su vida” sean muchos amores.
-Ay, ten cuidado. Es peligroso –me dice Speranta, es decir, Serendipiti cuando le cuento que me he suscrito a un sitio de encuentros amorosos-. No sólo porque te puedan secuestrar sino porque no sabes con quien te vas a topar. Y usa condón, por favor.
-Desde luego.
-¿Por qué mejor no te anuncias en facebook, anuncias que estás buscando a alguien? –dice.
-No, esas redes cibernéticas de amigos como facebook o hi5 son endogámicas, son conservadoras. Atentan contra la intimidad porque anuncian en tu red de conocidos lo que ocurre en tu vida. Y lo peor es que son casi racistas ¿Crees que en las redes de los supuestos intelectuales izquierdistas hay muchos obreros? En cambio, ven, mira las listas de quienes buscan encuentros amorosos aquí: rancheros con sombrero y pecho descubierto recubierto de cadenas doradas, estilistas fotografiadas al lado de la torre Eiffel, diseñadores y ayudantes de diseñador, choferes, jovencitas de un pueblo donde todos los hombres se han ido a Estados Unidos. Esto sí es horizontal.
-¿Y entonces por qué solicitas un perfil determinado de mujer? –pregunta Serendipiti- Excluyes a las mujeres mayores de 36 años, a las que no viven en el Distrito Federal, a las que no tienen maestría.
-Tienes razón, lo reconozco, pero no son dogmas, son sólo criterios prácticos para acotar entre miles de opciones, criterios que podrían cambiar. Ellas también eligen un perfil. Pero al menos compartimos todos una misma plataforma y quizá si me gustara una mujer con un perfil que no había considerado a priori, la buscaría y tendríamos hijos juntos. Una vez, en París, una taxista africana me dijo que el deber de un migrante exitoso es regresar a su país, casarse con una mujer más pobre que él y subirla en la escala social. Creo que, desde el punto de vista moral, tiene razón. ¡Pero hay tantas obreras que no sabría por dónde empezar!
-Mmmmm.... veremos -dice Serendipiti- Apuesto que acabarás con una clasemediera con estudios superiores. ¿De verdad son tan democráticos y justos los sitios de encuentros?
-No. Creo que exagero. Por ejemplo, son codiciadas las güeras más allá de toda lógica. Estamos en México ¡Abundan los hombres intoxicados por la publicidad! Por otro lado, debes pagar 300 pesos para poder comunicar durante un mes, eso no es muy democrático.
Me despido de Serendipiti. Curiosamente, a la semana de haber colgado el anuncio de mi mismo, ni la chica oriental, ni la cubana, ni la morena, ni la joven madre divorciada habían respondido a mis “guiños” y mensajes. Mi autoestima comenzaba a verse afectada. Modestia aparte, es curioso que haya un hombre joven con doctorado en la Sorbona, disponible a la mejor postora y que las mujeres no se precipiten hacia él. ¿Serán tímidas? Imposible, han pagado por el servicio y seguramente quieren aprovecharlo al máximo. O tal vez, me dije, he dejado de ser joven. ¿O es que tener un doctorado no es una gran virtud social? ¿Es como un indicio de una vida aburrida? “Mujer que sabe latín, ni encuentra marido ni llega a buen fin”, pero ¡un hombre culto, profesor, con una plaza burocrática a perpetuidad! Ante la inminencia del fracaso, decidí adoptar una posición proactiva y envié un mensaje más insistente:
“Hola. Dime, por favor, si mi perfil te pareció grotesco o mis frases, y por qué no he recibido ni siquiera una negativa cortés de tu parte. Ya sé que fui muy cínico cuando escribí que ‘quien no enseña no vende’, pero piensa que la mayoría escribe en su perfil ‘No busco a nadie’. Tu misma lo haces y citas a Fito Páez (‘y yo no buscaba a nadie y te vï’), lo cual me parece, sinceramente, un tanto ridículo. ¿Realmente no estás buscando a nadie? ¿Pagaste los 300 pesos de inscripción nomás porque sí? En fin, al menos podemos presentarnos y despedirnos en el mismo acto ¿no? Por cierto, insisto en que te ves guapísima en esta foto y, por último, también insisto en que mi perfil está incompleto; pensé que era mejor conocer personas sin que se guiaran por datos duros sobre mí, pero gano bien mi vida, estoy lleno de chamba pero me puedo organizar para disfrutar de la vida y sacarte a pasear; me encanta viajar; hago yoga. ¡Escríbeme! No perdemos nada si platicamos.”
Desde luego, no podía personalizar mi respuesta y la envié, como machote, a todas las chicas a las que había enviado un mensaje al inscribirme al sitio y que no me habían respondido. Sólo una de ellas citaba a Fito Páez pero, ni hablar, los trabajos finales de mis estudiantes comenzaban a acumularse peligrosamente y no podía dedicar más tiempo a recomponer mi vida personal. Lo que habría de ocurrir poco después creo que no podré olvidarlo jamás.
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