20110612

El abominable refutador de la teoría de la decisión racional

A Zenia Yébenes

Evito pronunciar las palabras “rational choice” durante cenas, cockteles y fiestas de cumpleaños desde que un rechoncho y antipático personaje me preguntó después del homenaje a la Dra. Diez:
-Ah, eres profesor ¿Y qué enseñas?
-Ahora mismo, tengo un curso de filosofía moderna y otro de teoría de la decisión racional -respondí.
-¡El rational choice! ¡Pero si no existe eso, hombre! En economía hemos encontrado que no existe el hombre r-a-c-i-o-n-a-l, el homo economicus.
-Nadie cree ya en la existencia de las mónadas pero leemos en la universidad la Monadología de Leibniz... -reparé.
Soltó una risilla complaciente y se ensartó sin que nadie se lo pidiera en una descripción de su propio objeto de estudio, las “crisis financieras globales”. Me contó que recién había regresado de Estambul, después de conferenciar en Dakar y Quito. Hablaba del fin del capitalismo toyotista, creo, y de la próxima caída del imperio americano. Me dio la impresión de que era una especie de charlatán que recorría el mundo diciendo lo que querían oír académicos de países pequeños y a medio desarrollarse. Más allá de sus peripecias mundiales, esa tarde no logré aprender nada acerca de las crisis financieras.
En otra ocasión, fue una mujer flaca de ojos verdes la que se me acercó en casa de Tania y Jacinto y, con su mejor sonrisa sarcástica y leves golpes a mi esternón con su copa de vino, me espetó: “El rational choice ¿verdad?… pues eso hace muchos años que fue completamente abandonado en las ciencias sociales. Nosotros, en el Colmex, rechazamos a cualquier aspirante al doctorado que no se haya enterado aún de la noticia y en la Revista Mexicana de Análisis Feminista nunca aceptamos esos ridículos enfoques, ni siquiera cuando estaban de moda en los años ochenta…”. Bla-bla-bla. Con esa mujer no me dieron ganas de argumentar que soy un mero expositor de una teoría poseedora de una lógica y una matemática original, elegante y a medio camino entre la psicología y la epistemología, que distingo el cliché “rational choice” del concepto riguroso de “teoría bayesiana de la decisión”, que ésta es útil para estructurar al joven filósofo en tecnicismos necesarios para abordar problemas tan distintos entre sí como la causalidad, el determinismo, la acción comunicativa, la teoría de juegos o la selección natural. Pero preferí agachar sumisamente la cabeza y fingir vergüenza, para que la mujer se calmara. Al fin me soltó y me cambió por el pastel de la fiesta.
Pero ni siquiera esas y otras anécdotas similares me habían preparado a ese terrible encuentro que ocurrió hace más o menos dos años. La secretaria del departamento me había avisado que un joven quería verme y que acudía frecuentemente, poco antes de las 19:00 horas, cuando ni ella, ni yo estábamos ya en la universidad. Se las arreglaba para que el guardia de la tarde le permitiera dejar sucesivas notas, reclamando mi presencia. Si las ignoré fue porque se aproximaban los exámenes finales y pensé que se trataría de un alumno que no estaba en mis listas y quería un trato preferencial. Pero una tarde, mientras calificaba exámenes en mi cubículo, golpeó a la puerta de manera enfática, aunque no grosera.
Era un joven corpulento y barbudo. Vestía un hermoso sweater de lana, mexicano, creo, como los que hacen en Chinconcuac o en Michoacán.
-Quisiera mostrarle, profesor, algunos trabajos míos –dijo, mientras hurgaba en su morral y me entregaba un cuaderno tamaño carta marca Scribe.
-¿Qué es esto? –pregunté.
-Ábralo, por favor –insistió.
Abrí el cuaderno en su primera hoja, pero sólo reconocí un número telefónico acompañado de unas siglas. En el anverso de esa primera hoja, en cambio, encontré una sucesión de símbolos impresionante, pero sin un encabezado que me diera pistas. Abrí al azar el cuaderno en otra parte y encontré nuevos símbolos. Evidentemente, se trataba de pruebas lógicas.
-¿Qué es lo que usted quiere que vea? –pregunté.
-Se trata de una cadena de demostraciones por reducción al absurdo.
-Ya veo.
-Cada una está ligada a la precedente, es decir, se ocupa de refutar el teorema que se probó antes.
-Ridículo –le dije-, no puede usted refutar un teorema de imposibilidad recién probado, a menos que no se tratara de un verdadero teorema.
-Precisamente en eso consiste el gran interés y carácter revolucionario de mi trabajo.
-Sigo sin entender.
-La cadena de demostraciones es exhaustiva en el sentido de que a cada uno de los teoremas le corresponde su refutación. No sólo eso, el orden es descendente. Si usted ve el último de ellos, éste constituye la prueba de la imposibilidad del anterior y así sucesivamente…
-¡Espere! –lo interrumpí-, estoy muy cansado y no entiendo nada de lo que usted me trata de decir, aunque sospecho que no tiene sentido. ¡Además, estos formalismos no corresponden al cálculo de relaciones!
-Desde luego que no, profesor, se trata de lógica de predicados paraconsistente.
-No conozco ese lenguaje, lo siento.
-No se preocupe, tengo conmigo una presentación informal del sistema, bueno, no es realmente un sistema.
Dicho esto, el visitante sacó del morral otro cuaderno Scribe, con una portada igual a la del anterior. Lo abrí con verdadera curiosidad y comencé a leer:

“Sea un individuo A que se enfrenta a las opciones X y Y bajo las siguientes condiciones:
i) Sea la utilidad esperada de X menor a la utilidad esperada de Y si y solamente si A prefiere X sobre Y;
ii) Sea la utilidad esperada de Y menor a la utilidad esperada de X si y solamente si A prefiere Y sobre X;
iii) A elige la opción que le reporta la mayor utilidad esperada.”


Interrumpí la lectura:
-¿Quiere usted decir que el individuo de su ejemplo elige la opción que no prefiere?
-¿Y no es ello posible?
-Desde luego que lo es, pero no se trata entonces de una decisión racional.
-¡Profesor! Observe usted que, de acuerdo con iii), A elige la opción que le reporta la mayor utilidad esperada, tal como lo recomienda la teoría de la decisión racional. El resto son preferencias subjetivas, tan legítimas como cualquier preferencia subjetiva.
-Con todo respeto, amigo, su ejemplo es absurdo y trivial.
-Estamos de acuerdo, profesor, eso es justamente lo que pretendo probar… inicialmente. Enseguida itero la situación y, por reducción al absurdo, demuestro que la decisión absurda es perfectamente racional, para luego producir un nuevo teorema de imposibilidad y así sucesivamente. Mi cadena deductiva es exhaustiva y, lo que es más, se aplica tanto al dominio como al codominio. Sostengo que no existe en la historia de la filosofía otro trabajo que transmita una experiencia tan vívida y rigurosa de la contradicción. Por si fuera poco, como cada teorema de imposibilidad le responde al anterior, hace honor al carácter dialógico de nuestra disciplina y de la dialéctica, tanto de la platónica como de la hegeliana. Y, finalmente, no está de más observar que todas las teorías económicas que soportan el capitalismo se ven arrastradas por este verdadero tornado intelectual, un rabo de nubes como diría Silvio… ¿o no es acaso cierto que en el núcleo mismo del neoliberalismo se encuentran acechando los axiomas del rational choice?
-¡No entiendo, no entiendo! –grité.
-Eureka, profesor, ¡me alegro tanto! ¡estamos de acuerdo!

1 comentario:

Carlos dijo...

Y no consideró el estudiante del suéter mexicano X<=Y ?
Ja, ja, ja

Buen escrito. Y la verdad, un caso común entre nuestros estudiantes.