20100723

Silogismo electoral versátil (2)


Nadaba de rana, tratando de mantenerme en el levísimo límite entre el aire y el agua. Debía flotar, de otro modo si mi cuerpo se hundía tenía que forzar la nuca, estirar el cuello hacia arriba para poder respirar. Pero tengo la sangre pesada, seguramente, pues al nadar como rana me hundía una y otra vez. Si mis piernas trabajaban cerca de la superficie, era porque mis nalgas se iban a pique. Y cuando lograba que éstas emergieran, pies y cabeza colgaban hacia el fondo. “No sabes nadar de rana -me dijo Rodrigo Baracs, nuestro Tibio Muñoz-, te recomiendo que mires un video de natación en youtube para perfeccionarte”.
Una brillante intuición me hizo tocar con las manos el fondo de la piscina y empujarme con ellas hacia la superficie. Sí, sentí la textura áspera de los viejos mosaicos azules y me propulsé hacia arriba, luego di patada de rana, hundimiento progresivo, propulsión con los brazos, patada de rana, hundimiento progresivo, una y otra vez. Los músculos de mi cuello al fin descansaban porque mis brazos habían entrado al quite, porque podía salir y respirar antes de volver a las profundidades de mi estanque. Patadas de rana para avanzar hacia adelante y movimiento de lagartija con los biceps para subir.
“¿Qué estás haciendo?”, protestó Rodrigo.
“Acabo de inventar el estilo de pejelagarto”, respondí orgullosamente y aceleré el ritmo. Sentí que mi cuerpo estaba diseñado para esa forma de nado, que era un animal anfibio que se reencontraba con sus raíces. Ahora incluso podía empujarme solamente con el brazo derecho y salir a respirar por la izquierda, y viceversa, en un ritmo natural y eficiente.
Nuestros ancestros debieron descubrir de la misma manera el uso de sus extremidades para salir del océano primigenio. Primero habíamos sido bacterias, eucariontes después de algunos milenios, enseguida vinieron el pejelagarto y los peces del fango (nuestros tatarabuelos) y millones de años después los primates, el homo erectus y nosotros como últimos modelos del Geist absoluto.
“Eres un conservador”, pensé para mis adentros mientras me enjabonaba las extremidades en las regaderas. “¿Cómo pretendes votar por Marcelo Ebrad, ese tecnócrata de izquierda? Su estilo imita a Clark Kent, su programa ‘Ecobici’ es un capricho para seducir a los burgueses-bohemios de la Condesa. Y, sobre todo, Ebrard no ha hecho nada para que tengas un centro de trabajo decente. La UAM Cuajimalpa sigue sin contar con un plantel porque el Gobierno de la Ciudad, su gobierno, no ha acelerado los trámites de fusión de los terrenos que nos donó... el Peje. Sí, el Peje. Tu Peje en las elecciones del 2000, en las del 2006. El Peje del ‘éxodo por la democracia’ que exhibió el fraude electoral en Tabasco. El Peje que de joven ayudó tánto a los Chontales de su tierra. El personaje a quien defendiste en 2005, durante el desafuero, poniendo aquella manta en la Torre Eiffel que decía ‘Mexique, démocratie en danger. ¡Viva la democracia, cabrones!”.
Las lágrimas de nostalgia invadieron mi rostro, arrasadas por el agua de la regadera (pero no mancilladas por espuma de shampoo, pues ya no uso shampoo desde que le pregunté a Betty Escalante cuál era el secreto de sus chinos tan enroscados y sexys). Con-movido, con-movilizado políticamente salí de la ducha y me sequé mientras cantaba “La Paloma”, imitando torpemente la voz de Eugenia León. ¿Cómo había podido olvidar la euforia del movimiento post-electoral del 2006? Cual un hombre nuevo, redimido, busqué mi celular para cancelar esa comida con Ana Sáiz el domingo y asistir al mitin de Andrés Manuel, mi líder.

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