20090818

Manual práctico de las distancias cortas XV: Del vampiro

Sueño que violo a oscuras a una dama. Primero es abrazarla y juguetear con ella. Con mis besos un rato la entretengo. Después es provocarla y tratar de encenderla. Se resiste, entonces sujetarla, derribarla. Pongo mis piernas entre las piernas de ella. Le impido que patee. La inmovilizo. Sueño su resistir, sueño mi risa, sueño forzándola a agitarse en la cama. Luego viene el deleite de gozarla. Me veo hacerlo despacio y luego más aprisa. Siento cómo mi semen se derrama. Se mancha mi camisa. Sueño que tengo frío, siento que sueño con saña. Me despierto, me asusto de mí mismo.
Rosalba duerme a mi lado, de costado. Me recargo sobre la cabecera de la cama. No soñaba con ella, era otra mujer a la que violaba en el sueño. Levanto las cobijas y la sábana para ver su cuerpo. Rosalba no despierta. Estoy excitado. Acaricio sus caderas y muslos casi sin rozarla, como acariciaría la cola de un ave. Acerco mi mano a sus senos que cuelgan debajo del pijama y siento el calor de su cuerpo. Aún dormida, Rosalba reacciona positivamente a mis caricias. Sus manos me reciben, nuestros dedos se engarzan. Me acomodo contra ella y con el índice recorro su pubis. Finalmente me inclino hacia su cuello para morderlo delicadamente y, casi dormida, ella me deja hacer como de costumbre.
Somos cómplices. Antes de conocerla, yo era un tipo no tanto puro sino pudoroso, me daban asco los sentimientos. O sea que luego de acostarme un tiempo con una vieja no quería volver a verla nunca más, si estábamos juntos en la escuela la evitaba, si era conocida de mis amigos la desilusionaba a propósito para que ya no me buscara, ya sea saliendo con otra en su cara o tratándola mal. Antes de Kirsten, me alejé de todas las mujeres con las que tuve relaciones. Yo pensaba de mí mismo que era racista, porque antes de Kirsten casi no respetaba a las mujeres y curiosamente todas habían sido mexicanas. Con unas no quería noviazgo porque no me gustaban lo suficiente, con otras porque estaban jodidas, de dinero, la verdad. Si estaban guapas salía con ellas pero cuando querían comprometerse las cortaba. Las inteligentes le gustaban a mi mamá, aunque no tuvieran dinero. Por eso duré ocho meses con Lucía, que era bonita y la más inteligente con la que había salido. Me costó trabajo cortarla porque me daba lástima, pero ya no la quería y no quise que viniera a Boston conmigo como una sanguijuela. Hubiera sido un desmadre porque ni siquiera tenía la visa gringa. Acá conocí a Kirsten y a su familia, que tenían mucho dinero. Una vez me acompañó a una boda en Guadalajara y la presumía a todos los parientes y conocidos. Pero entonces conocí a Rosalba en el gimnasio. Es la estrellita del grupo de esgrima, por guapa y porque es la más chingona con el florete, hasta podría dar una sorpresa si se aplica en los entrenamientos. Le gusté y me anduvo cazando. Vino a buscarme a la biblioteca, fingiendo que nos encontrábamos por casualidad. Fajamos allí mismo, muy cabrón, y luego nos metimos en mi dormitorio. A la semana la muy perra me besó en una fiesta y se encargó de que Kirsten se enterara. Indudablemente me mandó directito a la chingada, pero en vez de enojarme con Rosalba estoy contento. Tal vez porque Rosalba es mexicana, porque no tiene un centavo y porque mi madre la detesta. Estar con ella me hace pensar que no soy tan interesado, ni soy racista. Obvio, también es muy guapa. Somos buenos amigos.
Pero lo más importante es que Rosalba me agarró el modo. Me dijo desde el principio que notaba un problema, algo atorado en mí y que lo íbamos a arreglar.
-Si tu madre supiera por qué te gusto, dejaría de odiarme a mí y tu dejarías de ser su niño consentido –susurra ahora Rosalba, ya despierta.
Le digo que si no quiere hacerlo más así, que me lo diga de una vez por todas.
-No, por lo pronto está bien –responde-, mi especialidad es estudiar y entender a las bestias.
-Ja, ja, cabroncita –la beso y la muerdo.
Le confieso lo que he soñado. Luego le cuento lo que dice mi madre: que en la antigüedad a algunas mujeres les gustaba que las raptara el enemigo, incluso que las violaran; que en la Ilíada y en los libros sobre Roma, en las crónicas de piratas y de guerras suele haber ejemplos. Aquiles mató a la familia de Briseida para poseerla, pero ésta, en vez de odiarlo, se pone triste cuando se separa del asesino y violador.
-Pues en las crónicas medievales que estoy leyendo –dice Rosalba-, hay muchas veces una reina cachonda que se enamora de un joven caballero y se lo quiere tirar, pero éste se indigna, cual casto modelo de virtudes, huye al bosque para no traicionar a su señor, ni cometer adulterio y ahí encuentra a una joven bañándose desnuda. La viola y basta, viven felices el resto de sus vidas.
-Ja ja. Pues que no nos oigan las feministas de la universidad –le digo-, el otro día una de ellas decía que incluso las historias de vampiros son degradantes para las mujeres.
-Tal vez tienen razón –responde Rosalba-, no por nada a ti te encantan las historias de vampiros. Los vampiros te muerden sin pedirte permiso y te violan.

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