20090813

Manual práctico de las distancias cortas XIV: Del vulvaluz o la naturaleza del tiempo

Ya no rechina el lecho, todo es mudo. Pienso en tus blancas piernas, en tus rizados vellos; metido entre las sábanas, desnudo, aún recuerdo tus nalgas y tu cuello. Pero hace unas horas lo recordaba todo, estrictamente todo. Mientras mis manos se arrastraban por tu espalda, tuve la iluminación de recordar las caricias originales de las que éstas son herencia y que me transmitió una mujer cuando yo tenía veintitantos años y ella quizá tres o cuatro más. Enmarcado por tus muslos la volví a ver a ella y vi a otra chica que me enseñó otras caricias cuando era aún más joven, ambos temblábamos y yo no llevaba un preservativo y había pagado un cuarto de hotel casi sin pedirle permiso. Esta fue la tercera o cuarta mujer en mi vida y también la volví a ver ahora mientras hacíamos el amor no porque te parezcas sino porque tus nalgas son también redondas y lampiñas y me recuerdan aquéllas, sobretodo desde que descubrí que son tan raras este tipo de nalgas entre tantas otras que son chatas o acongojadas. Precisamente vi también las nalgas velludas de Georgina, las nalgas tan acolchonadas de Ana que acogían mis movimientos como cojines, vi nalgas huesudas y otras muchas nalgas. Vi ombligos con forma de ojo de gato, ombligos perfectos como el de la Venus de Milo, ombligos multiformes y vi los libros de Gutierre Tibón sobre los ombligos, los vi en el estante en casa de mis padres donde quizá sigan. Casi podría decir que vi a Gutierre Tibón como lo veía en la televisión en los años ochenta cuando miraba el canal 13, creo, varias horas por semana. No es que ahora estuviera distraído mientras hacíamos el amor, todo lo contrario, nunca había estado tan concentrado, es más bien que el presente, el ahora pues, es un alfabeto de símbolos cuya comprensión presupone el pasado. Yo alejaba delicadamente mi lengua sólo unos milímetros de tu clítoris porque comprendí que eso te gusta, que yo haga una digresión hacia tus vulvas antes de recomenzar a lamerlo con fuerza. La luz matutina iluminaba los detalles de la piel de tus ancas cerradas sobre mi cráneo y yo los contemplaba pacientemente, a los detalles de tu piel, digo. Relamía y me enfocaba al mismo tiempo en ellos, en la piel grumosa de tus muslos, tan distinta de la piel quebradiza de tus antebrazos (y de la piel casi virgen del surco de tu sacro). ¿Cómo explicar que nuestro coito estaba siendo una orgía infinita? Cubierto por tus piernas veía toda mi vida, todos mis actos o, al menos, estaban presentes de alguna forma, superpuestos quizá pero simultáneos. Es que la flecha del tiempo va hacia delante y transcurre por etapas pero cada nueva etapa presupone las anteriores. No lo notamos, normalmente, pero yo lo noté esta vez gracias a ti. El mundo estaba ahí junto a cada uno de tus poros, a cada vello púbico. No podría explicarle esto a los demás, el infinito que exudabas y que mi torpe cerebro apenas alcanzaba a procesar. Me pregunté si me habías intoxicado con flujos vaginales, pero no era como haber comido hongos ni peyote, tampoco era que me estuvieras asfixiando. Te dije que me sentía como en el relato de Borges sobre el Aleph pero tu respondiste “¡Es el vulvaluz, es el vulvaluz!”. Vi mi propio nacimiento al sentirme tan cerca de tus caderas, a mi madre pariéndome; vi también mi muerte, tal vez por el dolor real que me causaron tus dientes en algún momento cuando me mordías el pito demasiado fuerte. Vi el Mar Negro tal como era hace dos mil años cuando exiliaron allí a Ovidio como castigo por escribir su Ars amatoria; vi incluso, mucho antes en el tiempo, a Ptolomeo II presidiendo el desfile militar donde llevaban en un carro alegórico el Priapos, ese mítico falo de oro gigantesco. Vi como de reojo el famoso retrato de Gabrielle d’Estrees desnuda junto con su hermana y pensé en la historia que me contaste. Pero no creo que sea verdad, aunque venga de los libros de historia del arte. En efecto, Gabrielle era amante de Enrique IV. En la pintura, las manos de Gabrielle y de su hermana se complementan: ella sostiene un anillo de compromiso y su hermana le toca el pezón como para verificar si está embarazada. Es cierto. La sirivienta, dices, borda para el futuro niño. Pero gracias al vulvaluz yo vi en el cuadro otra historia. Mira otra vez, detenidamente, a Gabrielle y a su hermana. Ambas ven de frente a una persona que las observa afuera del cuadro y afortunadamente podemos saber quien es porque esta persona está a su vez reflejada en el espejo que vemos al fondo de la habitación. Se trata de un hombre, mira, aunque sólo vemos sus piernas y su torso desnudos. Dirás que ese del fondo no es un espejo, sino una pintura, porque la perspectiva del reflejo no coincide frente a las dos mujeres; pero basta recordar la "Venus del espejo" de Velazquez, si la perspectiva fuese exacta no veríamos su rostro reflejado. La pintura palaciega de la época se vale de muchas metáforas. Opino que en el retrato de las hermanas, el pintor ha querido representar la realidad al otro lado del cuadro al aludir a ese hombre desnudo. Dirás que es muy aventurada mi interpretación porque implica que las hermanas hacen un show lésbico e incestuoso para el rey, y que ello no coincide con la actitud de la sirvienta, impasible. Pero toma en cuenta que a lo largo de la historia el poder absoluto significó también poder estar por encima de cualquier tabú, de cualquier prohibición para el monarca, incluso la moral sexual. Así fue con los emperadores romanos, con los déspotas ilustrados, con los sátrapas latinoamericanos del siglo XX. Sin perversiones su poder habría sido menos radiante, no habría sido absoluto. ¿Qué más le daba a Enrique IV tener orgías frente a los sirvientes? ¿Quién podía censurarlo por acostarse con dos hermanas? En todo caso, Foucault estaría de acuerdo conmigo en que este cuadro habla del poder, del deseo y de su representación. Mmmm, pero ahora pienso en otra interpretación, fascinante ¿sabes que fascinante viene de fascinus, falo, en latín? Si las hermanas ven de frente a una persona, la verdad histórica objetiva es que ésta no era el rey sino el pintor que las retrataba. Y el pintor, según el espejo, está desnudo, como ellas. Esta pintura hablaría entonces del deseo que se burla del poder.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Bernardo, solo te escribo para decirte ¡¡¡Feliz cumple!!! espero que te la hayas pasado muy bien. Un abrazo.