20090701

Manual práctico de las distancias cortas X: De los passwords y la animaloterapia

Regresé al DF maquinando estrategias y tácticas de seducción. Rosalba me había dado una clave de entrada con Luz Irizábal. “Para encontrarte con ella –me dijo-, dile simplemente que conoces su vulvaluz, así nomás, y luego dale una cita en algún lugar. Vendrá, aunque tenga que cruzar mar y tierra para verte. Es seguro que vendrá. Luego, cuando la tengas enfrente, ves cómo te las arreglas para cogértela.” Era una propuesta muy extraña. Rosalba no había querido explicarme qué significaban esa suerte de palabras mágicas, conozco tu vulvaluz, sólo me había dado el teléfono y la dirección del matrimonio en Guadalajara para entrar en contacto con Luz y pronunciarlas. Pero antes de hacerlo, debía entrenarme. El locus classicus para inspirarme era, desde luego, el Diario del seductor del danés Søren Kierkegaard, que afortunadamente estaba en mi biblioteca.
En la contestadora del departamento tenía solamente dos mensajes: Serendipiti que quería que nos viéramos para que le contara lo que había ocurrido y un empleado de la veterinaria “Mi mascota” que preguntaba a qué hora podía llevar un paquete a mi domicilio.
-Quiero saber de qué se trata –les dije por teléfono a los de “Mi Mascota”.
-Es un regalo de la Señora Rosalba González, Señor. Es una mascota sorpresa.
Le expliqué que vivía en un departamento y que no podía recibir el paquete si no me decía antes qué animal contenía:
-No puedo aceptar un Gran Danés, aunque sea de regalo…
-No se preocupe, la mascota que le han regalado es menos voluminosa.
-¿Y qué es?
-Una tortuga terrestre –dijo el empleado con complicidad bromista.
Rosalba, mi ex-amante la veterinaria tuerta, alias "Shamanta", me enviaba una tortuga terrestre de regalo. Al día siguiente, decidí ir a ver al animal a la tienda, para decidir si lo adoptaba o no. Perdí casi una hora para llegar a la veterinaria de Perisur, justo antes de que cerraran. Se trataba de una tortuga de unos 30 centímetros y pensé que no podría hacerme cargo de ella.
“Necesitas una compañía o te vas a volver loco –decía Rosalba en la tarjeta de regalo-. Fue criada en cautiverio, así que tenerla no es un atentado contra la fauna silvestre. No vive en el agua y sabrá adaptarse a tu departamento. No es agresiva, pero no insistas en hacer que te muerda porque te morderá.”
No podía rechazarla, si acaso deshacerme de ella más tarde y decirle a Rosalba que se había escapado. Regresé al departamento con el animal y lo dejé encerrado en el baño, para que no rayara el parquet. Preparé mi clase del día siguiente rápido y mal para poder empezar a leer la novela de Kierkegaard. Qué decepción. Admiro tanto a Kierkegaard como filósofo pero me parecía que esta novela no estaba a su altura. Tiene muchas partes cursis o estúpidas. No hay diálogos. Lo mejor son algunos comentarios, no la narración misma. Sin embargo, al leerla confirme la hipótesis de Rosalba de que el seductor es quien conjura el azar, siempre y cuando sepa esperar: “Ahora basta un poco de paciencia y nada de avidez; ella fue la elegida, algún día me ha de pertenecer” escribe en su diario el seductor kierkegaardiano acerca de su víctima, Cordelia, el 4 de abril. Pensé en la tortuga y fui a buscarla. No había ensuciado el baño. Le sequé las patas con papier cul, como dicen los franceses, y la llevé conmigo a la sala. Antes de retomar la lectura tuve una iluminación: la tortuga se llamaría Cordelia, como el inocente personaje femenino de Kierkegaard.
Subrayé el pasaje donde Kierkegaard explicaba la dificultad de seducir en los salones de la alta sociedad, donde “las muchachas están ya armadas con todas sus armas; de modo que, como la situación es siempre la misma, no puede suscitarles alguna voluptuosidad. Por las calles, al contrario, están como en alta mar […] Por la sonrisa de una muchacha, en la calle, cuánto daría; y qué poco por un apretón de manos en sociedad. Porque aquí hemos de conseguir nuestras presas sólo con viejos procedimientos”. El párrafo me produjo cierta ansiedad. El problema para aplicar el consejo del seductor de Kierkegaard es que nunca cruzaría a Luz Irizábal en la calle, no sólo porque ella vivía en Guadalajara y yo en México, sino porque debía ser una mujer emperifollada que seguramente no se bajaba nunca de su auto. Cogí el teléfono, dispuesto a llamar a Guadalajara y acabar de una vez por todas con este reto, pero enseguida me pareció más prudente enviar un mensaje escrito. Hacía años que no redactaba una carta a mano, y no sabía dónde ir a comprar sobre y estampillas de correos. Entonces busqué a Luz Irizábal en Google y la encontré en Facebook: “Querida Luz: conozco tu vulvaluz”, iba a escribir en mi solicitud de amistad, pero la frase me sonaba completamente estúpida. Estaba sonrojado. La situación se tornaba ridícula. Borré el inicio y envié: “Conozco tu vulvaluz”.
Sorprendentemente, Rosalba tenía razón. Al día siguiente, la Señora Irizábal ya me había dado un pasaporte para entrar en su mundo. Éramos “amigos” en Facebook y yo podía ver su perfil de revista, husmear en sus álbumes de fotos, peinar su lista de amistades, leer los intercambios de bromas con sus amigas, las “causas sociales” que apoyaba y muchos otros detalles de su vida. Luz tenía 269 amigos entre los que debían encontrarse (viendo los peinados y los apellidos) muchos de los integrantes de la crema y nata de Guadalajara. En las fotografías de innumerables fiestas pude adivinar quién era su marido, Santiago Irizábal: lo veía en una comida familiar vestido con una camisa lacoste rosa, conduciendo un velero en Puerto Vallarta, al lado de un muñeco gigante en algún parque de diversiones de Estados Unidos... en atuendo de esgrimista con un trofeo en las manos. La visión panorámica del perfil de Luz Irizábal en Facebook, de su vida privada y social, me llenó de entusiasmo. Era una mujer muy bella y tras la frivolidad de su mundo parecía ocultarse una criatura adorable. En sus fotos no posaba sino que se dejaba ser tomada, como esperando que el fotógrafo pudiera capturar su fragilidad interior.
Junto con la aceptación recibí un mensaje privado de Luz: “Hola, Bernardo. Te confieso que no te ubico. No entiendo cómo sabes eso de mí. Veo que no tenemos ningún amigo común en Facebook, lo que me tranquiliza por un lado. Espero que nos veamos lo antes posible. ¿Estás en el Distrito Federal?”

2 comentarios:

Beatriz dijo...

¡Me gusta!
Te sigo siguiendo.

Anónimo dijo...

Cómo puede ser que una persona a la que conociste de una manera informal, pueda cambiar tu forma de pensar, tal vez no por completo, pero si en la forma de intentar nuevas relaciones...vaya que se pone interesante!!