20090506

Manual práctico de las distancias cortas V: De las citas a ciegas

Me citó en un bar, el Escarabajo Escratch. Esa noche tocaba el grupo La Revolución de Emiliano Zapata y antes incluso de que nos reconociéramos, mientras cruzaba el levísimo límite entre el afuera y el adentro, ya había comprendido que para poder charlar tendríamos que hablarnos a muy corta distancia. Lo más correcto habría sido citarme en un café silencioso y bien iluminado, donde pudiera oírla y verla, pues en el Escarabajo Escratch la atmósfera nos arrojaría uno contra el otro. Había tomado un taxi en la estación camionera directamente hacia el Andador Coronilla, complejo de bares culturales entre las calles de Hidalgo y Morelos. Al menos ese descubrimiento valía la pena pues, antes de esa noche, Guadalajara había sido para mí el Hospicio Cabañas, las visitas turísticas al pueblo de Tequila, el resto de los murales de Orozco en el Palacio de Gobierno y en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara así como, desde luego, la Feria Internacional del Libro, esa Babilonia de las letras cuyas columnas son las grandes transnacionales oligopólicas de la edición y cuyo subsuelo son las orgías de diseñadores gráficos con autores, editores y vendedores de libros. Miento, Guadalajara también había sido para mí sus tortas ahogadas que me habían producido la gastritis de mi vida, ese día trágico en que los funcionarios de la universidad cancelaron la presentación de mi libro: “Mil perdones –recuerdo todavía que me dijo la directora de publicaciones-, lo que ocurre es que el rector ya regresó al DF y tenemos que alcanzarlo. Pero lo importante es que pudo usted venir a Guadalajara. Ahora puede visitar tranquilamente la FIL, de todos modos casi no hay público cuando se trata de profesores no muy conocidos”. En aquella ocasión presencié el espectáculo humillante de los trabajadores arrancando los carteles de promoción de mi libro y abriendo una de las paredes corredizas del recinto para agrandar la sala contigua, donde minutos después se presentó el libro Las nuevas profecías de la gran pirámide… ante un auditorio repleto, conmigo adentro. Aquella misma noche mi estómago se desquitaría de la humillación al momento de digerir un par de tortas ahogadas.
Pero esta vez no había venido a Guadalajara para asistir a la cancelación de la presentación de mi libro. Dentro del Escarabajo Escratch busqué a Shamanta en el rincón donde me había indicado por correo electrónico. No estaba, pero había una nota de reservación sobre la mesa. Me senté a esperarla y coloqué mi maleta bajo la mesa.
-¿Es usted el señor Bolaños?
-El mismo –respondí al mesero.
-¿Qué desea tomar?
-La cerveza local.
-¿Minerva?
-Desde luego, soy filósofo y Minerva es la diosa de la filosofía –bromeé sin mucho éxito.
Media hora después llegaba Shamanta. No se parecía en nada a la foto del sitio de encuentros. En persona tenía, cómo decir, menos chispa, como si su retrato hubiera sido retocado con photoshop. Reservada, poco sonriente, su mirada parecía perdida, como distraída. Minutos después comprendí mi confusión. No sólo era el peinado o la feliz sonrisa de la foto, Shamanta tenía una prótesis en una de las cuencas de los ojos. Para el sitio de encuentros seguramente había elegido la mejor de sus fotos, donde su ojo de vidrio no parecía tal. Desde luego, este descubrimiento me causaba un sobresalto interno. Hay algunos defectos físicos de los demás que nos perturban particularmente, al menos al principio.
Lo que sí coincidía era su atuendo. Llevaba un vestido similar al de la foto, de tela elástica que torneaba su cuerpo y propulsaba su pecho. Decidí afrontar el momento pidiendo un tequila doble y luego de aplicar esta técnica un par de veces el entusiasmo comenzó a aparecer. El verdadero nombre de Shamanta era Rosalba González y de ningún modo puedo decir que careciera de atractivo. Era médico-veterinaria y comenzamos una conversación interesante en la frontera de nuestras disciplinas, acerca de la condición humana:
-Nunca he creído que seamos bípedos como los pollos o las avestruces –me dijo-, en el fondo los humanos somos otros cuadrúpedos más, erguidos provisionalmente.
-¿Qué te hace pensar que existe una “naturaleza humana” y que ésta coincide con tener cuatro extremidades?
-Pues la sencilla razón de que hay una naturaleza en general y que formamos parte de ella. No somos muy diferentes de otros mamíferos –concluía Rosalba.
Unas horas después, me preguntó si había reservado algún hotel, lo negué y entonces propuso que fuéramos a su casa. En su auto, cometí la imprudencia de proponer conducir:
-¿Crees que es mejor conductor un borracho que una tuerta? –ironizó.
-No digas eso. Lo dije por cortesía.
Horas después, en el jardín de su casita de dos pisos y tres recámaras, en una zona residencial de Guadalajara, Rosalba y yo hacíamos el amor sobre el pasto a la luz de las estrellas. Allí comprendí claramente lo que quería decir al hablar de nuestra naturaleza cuadrúpeda. Además, me parecía obvio que Rosalba dominaba el inglés, pues retengo aún la entonación, énfasis y tono de sus interjecciones: ow, hmm, aw, wow. Me pareció que en otra mexicana esas expresiones hubiesen equivalido siempre a un ay, un ay acompañado cuando mucho de modulaciones de placer o de dolor. Pero Rosalba poseía en cambio un lenguaje amoroso rico y variado con más vocales y eses, dobleus, ches y varios tipos de emes que parecían expresar sus diferentes sensaciones y me acariciaban los oídos. Así, mis manos parecían guiadas por el volumen y la armonía, la musicalidad y la intensidad de su voz.
-Hablas inglés muy bien ¿verdad? –le dije cuando nos tiramos boca arriba sobre el pasto.
-Sí, viví en Estados Unidos ¿cómo sabes?
-Haces el amor como una gringa. Bueno, nunca me he acostado con una gringa, pero tus interjecciones no suenan a castellano.
-¡Qué dices! ¿Cuáles interjecciones?
-Alaridos, exclamaciones –le expliqué.
-¡Estás loco!
-¿Por qué viviste en Estados Unidos?
-Fui a estudiar y luego me quedé 8 años.
Por lo que respecta a los poemas de Nandino, sin embargo, esa misma noche comprendí que Rosalba ignoraba casi todo:
-Te envié esos mensajes porque me gustaron los poemas, son muy románticos -dijo-, nada más los adapté.
-Eróticos, querrás decir.
-No, no, románticos.
Para Rosalba tampoco existían diferencias entre erotismo y romanticismo. La imagen de un perro callejero montado alegremente sobre otro era romántica para ella, como lo eran las fotos de libélulas copulando y más aún las de los grandes felinos en plena consumación de su complicado cortejo.
-Es tan romántico el ritual amoroso de los tigres, por ejemplo. Los machos se someten a la humillación y a las garras de las hembras durante semanas hasta que uno de ellos recibe el regalo tan ansiado. Hay que ser paciente. La naturaleza está llena de romanticismo. El ritual de seducción de cada especie es único…
-¿Y cómo descubriste la obra de Nandino? –la interrumpí.
-¿El libro de poemas, quieres decir?
-Sí, es de un poeta jaliciense, Elías Nandino. Médico, por cierto.
-Ah, pues lo tomé del librero de mi jefa. Pero nunca se me graba en la memoria el nombre de los escritores, ni de los pintores o directores de cine. Incluso el nombre del que pintó el Hospicio Cabañas ¿cómo se llama? No es Rivera.
-¡No! Es José Clemente Orozco.
-Sí, claro, Orozco. No sé por qué pero sólo me acuerdo de nombres de actores…
-Es normal, son la cara del espectáculo. Pero ¿Tu jefa? ¿Quién es tu jefa?
-Es la viuda de un profesor de la Universidad que fundó una cadena de clínicas veterinarias –dijo Rosalba-. Yo trabajo para ellos.
A la mañana siguiente fuimos a desayunar birria a Las nueve esquinas, en el Centro Histórico de Guadalajara. Rosalba llevaba una playera de tirantes que dejaba desnudos sus brazos, fuertes. El biceps de su brazo derecho se inflaba y desinflaba al ritmo de las cucharadas de caldo que subían a su boca.
-Haces mucho deporte.
-Hacía -respondió-, fui campeona nacional de esgrima.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Haces el amor como..."
¿A eso le llamas hacer el amor?....


¿Qué más pasó? Creo que el relato es muy breve... aún falta saber si encontraste lo que buscabas con esta experiencia...

Estela dijo...

Disfruté el relato. Tiene resabios de Ibargüengoitia que a veces lo tornan conmovedor. Me divirtió mucho más que el foro que creí iba a encontrar (sobre democracia representativa vs. cualitativa o algo por el estilo). Se agradece el buen rato. Como en toda novela por entregas estaré al pendiente del próximo episodio.