20091213

Manual práctico de las distancias cortas XX: De los afrodisíacos


Metes tu lengua al fondo de mi boca y en un descuido me tocas un resquicio del paladar, insinuando que practicas otra suerte de esgrima. Yo reacciono succionándotela con tanta fuerza que sientes que la arrancaré. Gritas de dolor. El mesero voltea, no sabe si debe intervenir o no. Te levantas de la silla, me pateas. Te atrapo la pantorrilla y te hago caer sobre la alfombra del restaurante. “¡Pendejo! ¡Pendejo!” repites. Me burlo. El mesero te ayuda a levantarte. Su mirada es una mezcla de desaprobación y de sometimiento. Sabe que en este restaurante todo puede pasar. Seguramente ha presenciado cómo un inversionista millonario le vuela los sesos a una puta o cómo mafiosos cenan con niñas de familia recién raptadas.
Otra vez te gané. En las pequeñas o en las grandes perversiones te ganaré siempre. Eres una pobre ninfómana desesperada porque aún no te atreves a ser mala y, por ello, sigues frustrada. Has dejado escapar a tu presa. Tanto dinero nos costó prepararte este sencillo platillo mexicano y no tuviste la fuerza para comértelo. Sé que dejaste abierta la puerta del hotel para que el profesor se escapara. Crees que eso me irrita pero, en realidad, me lo estás regalando. Aprenderás que la cacería es una de las artes eróticas. De paso, al liquidar a su amigo, estaré vengándome de la tuerta, nuevamente. Saldré a cazar a tu profesor por la ciudad, en toda China si es necesario.
-No entiendo cómo se escapó, no lo entiendo –repites.
-Porque dejaste abierta la puerta, amor, es obvio.
-No, no, estoy segura que no, Santiago. Pero no puede ir muy lejos, tengo su pasaporte y su tarjeta de crédito.
-Lo vamos a encontrar. Pero… ahora me toca a mí.
-¿Cómo lo vas a hacer?
-No te preocupes, estarás presente –te digo.
Leemos el menú. Preguntas por el chop suey pero aquí no lo conocen o lo pronuncian de manera incomprensible y entonces eliges fideos con abulón y langosta al roquefort. Prefiero “sopa de cocodrilo doblemente hervida, con hipocampo”, aunque sea un plato tan barato, y filete de yak tibetano al azafrán. La primera está en el rubro de nutritious soups pero sospecho que es una mala traducción y que en chino debe decir sopa afrodisíaca. El mesero nos invita al acuario para elegir a las víctimas. Hay peces serpiente, tortugas, ranas gigantes. Debemos escoger al caballito de mar y a la langosta que serán cocinados. Elijo rápido el más grande, pero sin calcularlo demasiado. El mesero sumerge la red y va por el hipocampo que, como un chango de los mares, se aferra con la cola a un coral para que no lo atrapen. A pesar de su resistencia, se lo lleva. Tú elijes a tu langosta por el color: la quieres negra. Elijes una botella de vino blanco. 30 minutos después llegan los platillos.
Mi sopa es pequeña, casi una tasa. Pregunto si la carne de cocodrilo es fresca. Viene el chef con un traductor. Nos explican que ya la tenían cortada y en el refrigerador. Es difícil matar a un cocodrilo delante de los comensales. La carne del cocodrilo es fibrosa, como la cola de res o la machaca norteña, y con mucho cartílago, bueno para las rodillas, espero. Al caballito, en cambio, no sé por dónde hincarle el diente. Está entero, como esos secos que venden como souvenir en Acapulco. El agua hirviente le ha dejado los ojitos medio gachos, pero todavía tienen expresión.
Primero mastico la cola del hipocampo. Luego voy subiendo como roedor hacia el cuerpo. Pero cuando me topo con las vísceras me detengo y comienzo del otro lado. Pero la trompita es dura, casi como un palillo de dientes. Decido mejor comerle por el lomo, pero la idea de acabar tragándome los pulmones y el corazón me detiene.
Me explicas que los hipocampos no tienen pulmones, que son peces. Vete a la mierda con tus aclaraciones, te digo, ya he vivido antes con una veterinaria como para recibir nuevamente lecciones de anatomía comparada. Dejo sobre el plato el cadáver del hipocampo a medio comer. Paso a probar el filete yak.

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