Me habló de los sables que comprarías, de tus lugares favoritos a los que no ibas a faltar esta vez; que visitarías a tus amigos, de los cuales muchos ella misma te los presentó. Le dije que no, que tu viaje era de negocios, muy precipitado, pero me aseguró que no resistirías escaparte un momento para recordar esa parte de tu vida.
Había llegado a la casa como a las seis. Cuando abrí la puerta se presentó sin titubeos, con la mirada firme, aunque no lo creas parecía verme con ambos ojos. La reconocí al verla, pero fingí. En persona sólo la había visto una o dos veces en alguna reunión, mucho antes de que nos casáramos.
La invité a pasar, no podía hacer otra cosa. Ella creía que venías volando de regreso. Le aclaré que no, que habías diferido tu vuelta y entonces dijo que no importaba, que de todos modos tenía deseos de conocerme.
Le ofrecí algo y me pidió nada menos que una copa de vino. Fuimos a tu cava y le dije que eligiera lo que quisiera, que de todos modos yo terminaría la botella con invitados que vendrían al día siguiente. Se inclinó sobre las botellas y empezó a revisarlas mientras me contaba cómo fueron aprendiendo a tomar, desde los vinillos alemanes que se servían en las presentaciones de libros en México a principios de los noventa hasta los chilenos, argentinos y españoles que el libre comercio trajo consigo. Luego, cómo en Boston descubrieron los vinos gringos y algunos franceses.
Me sorprende que se haya enterado con tanta precisión del día en que tenías planeado regresar. Seguramente quería estar conmigo, para que cuando yo dijera “disculpa tengo que recoger a Santiago, hoy regresa de Estados Unidos”, se ofreciera a acompañarme al aeropuerto y pudiera recibirte también. Así, en el pasillo nos encontrarías a las dos y no podrías evitarla. ¡Imagínate! Pero yo no me hubiera prestado a organizarte semejante sorpresa.
No le importó narrarme cómo se conocieron. La historia del profesor que durante un ejercicio, a propósito le rasgó la ropa con la punta del florete, y cómo te peleaste con él por defenderla. Dice que después fueron juntos a su departamento, te vendó la herida y con el pretexto de cambiarse la blusa rota, se desvistió frente a ti. Imagínate, venir a decirme eso a mí, tu propia esposa. Pero no me importa, de verdad que ya no me dan celos. Me dijo todo con detalle: que hicieron el amor y que tu herida aún estaba sangrando a través de la venda, y que la cama se manchó de sangre. Que fue a partir de entonces que te mudaste con ella. Me habló de los viajes que hicieron juntos, cómo en Kenya los detuvieron un día entero por llevar en la maleta un poco de marihuana y que mientras se arreglaba la situación, en aquel calor sofocante se dedicaron a hacer el amor una y otra vez.
Pensé que me preguntaría acerca de nuestro matrimonio. Yo estaba lista para decirle que era perfecto. Pero no, después de todas las intimidades que confesó no mencionamos nuestra relación. Es tan soberbia que no es capaz de humillarse con un acto de curiosidad. Además yo no hubiera podido decirle nada interesante, porque no me enamoré de ti en un duelo de esgrima, ni hemos ido a África juntos, no conozco de vinos ni me importan. No lo tomes como un reproche, sólo por un momento envidié todo aquello, pero en el fondo es tan irreal, tan novelesco. Esta mujer exhibicionista, con la pose de aventurera, que ama a los animales pero no le importa si en Chiapas mueran miles de niños de enfermedades curables, no es mi aspiración, de verdad. Su vida ha sido siempre una pose, tu mismo me dijiste que en Boston nunca le importó la maestría. Y en cuanto a ti, afortunadamente has puesto los pies en el suelo. Te aborrecería si aún fueras el junior de entonces.
También me dijo cómo llegó a ganar la medalla nacional y cómo estuvo a punto de ir a las Olimpiadas. No la mandaron porque vivía en el extranjero, ajena a la política del comité seleccionador.
Así se hizo de noche, escuchándola. Cuando al fin estuvo convencida de que no vendrías, se despidió amablemente. Me preguntó por tu regreso y tuve qué decirle que aún no sabía cuándo volverías.
Me preocupa que vuelva, pero es seguro que lo hará. No podemos impedirle que viva en Guadalajara. Es mejor que estemos preparados, debemos tratarla con naturalidad. Ya no te sientas culpable, afróntala, no tienes más remedio. Por mí no te preocupes, no estaré celosa. Aunque, sigue siendo atractiva: alta, los músculos firmes, el cabello pintado de rubio que desborda hasta la mitad de la espalda, la boca pequeña, y sus ojos, pobrecita. La cicatriz casi no se le nota, pero ¡la prótesis!
20090507
Manual práctico de las distancias cortas VI: De los celos y/o de la lástima
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1 comentario:
Hoy es martes de estreno... y aún no hay una nueva entrada... regresaré en un rato...
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