Ante la distancia entre sus palabras y sus gestos, me veo obligado a escribir estas líneas. “¿Quién es Edgardo Buscaglia?” me pregunta Sofía que no sabe si abrir los oídos al académico y agitador que algunos temen sea un charlatán disfrazado de consultor internacional sabelotodo. “No lo sé bien, yo también me lo pregunto”, le respondo a mi amiga. Buscaglia es arrogante como lo son, decimos en México, los argentinos de su generación (¿cómo se suicida un argentino?, saltando desde su ego, etc). Siempre está llegando de un vuelo internacional o a punto de perderlo. Sin duda es brillante; cita por nombre, sin mirar sus notas, al gabinete de Peña Nieto, los años en que ocurrieron masacres y capturas de capos en México, los textos académicos clave que nos explican el lavado de dinero o el surgimiento del Cártel del Golfo. Siempre insiste en que México está lleno de falsos expertos (sólo hay 3 verdaderos especialistas del crimen organizado en el país, afirma) y desprecia a algunos de sus ex-colegas en el ITAM. Su discurso se parece mucho, en lo enfático, al de la izquierda obradorista, hoy Morena, y entre sus aliados intelectuales está el combativo académico John Ackerman.
Buscaglia nos impele a salir a las calles, ya no a solidarizarnos con víctimas de la “narcoguerra” o el “narcoestado”, sino a actuar. ¡Cercar el Congreso, paralizar la economía! Y lo mínimo que podemos hacer es preguntarnos quién es ese señor, antes de arriesgar nuestro empleo, nuestra libertad, nuestra vida haciéndole caso.
Pero cuando uno escucha atentamente al “investigador de la Universidad de Columbia” (entrecomillo porque, siendo yo un modesto profesor, una y otra vez me pregunto cómo puede Buscaglia estar tanto tiempo en México y en muchos otros países y trabajar además en una famosa universidad americana)... cuando uno escucha atentamente a Buscaglia, estaba yo diciendo, a pesar de su vehemencia sus propuestas no corresponden a las de Obrador, ni a las de Morena, ni a las de Ackerman. Él nombra con todas sus letras la probable corrupción en el asunto de la “casa blanca” de Peña-Rivero, pero no nos recomienda exigir la renuncia del presidente. Él llama a la movilización pero, a diferencia de Ackerman, no concentra esfuerzos en defender la inocencia de cualquier detenido en las manifestaciones y, en cambio, sí admite la posibilidad de que haya “idiotas útiles” que lancen cocteles molotov por iniciativa propia, contribuyendo a desencadenar la represión de la policía.
Una breve revisión en Internet muestra que Buscaglia no fue siempre antigobiernista en México. A la muerte de José Luis Santiago Vasconcelos, el ex-zar antidrogas mexicano que falleció en un accidente aéreo junto al Secretario de Gobernación Juan Camilo Mourinho, Buscaglia no se ahorró elogios para aquel (elogios, en última instancia, a la política antidrogas anterior a Calderón).
En resumen, a pesar de su tono hipercrítico, Buscaglia es un aliado de los que en las redes sociales son a veces llamados “tibios”, porque no exigen la renuncia de Peña Nieto y, aunque hacen lo posible para que continúen las manifestaciones, condenan a los encapuchados y los actos de violencia. Buscaglia reconoce la necesidad del compromiso y quizá del sacrificio ciudadanos, pero no de la violencia como sí lo hace una parte de la izquierda mexicana que afirma en los cafés que “para preparar un
omelette hace falta romper huevos”. Como otros observadores extranjeros, Buscaglia deplora que entre la inercia de una sociedad clientelista que exige soluciones al Estado y la inercia violenta que reivindica a la guerrilla de Guerrero, no haya existido en México una posición intermedia fuerte: un movimiento ciudadano determinado a cambiar las cosas por la vía pacífica.
Así, esta breve nota tiene como objetivo tratar de identificar con claridad una de las posiciones teóricas que están presentes en el actual movimiento de la sociedad civil mexicana. Ésta no coincide con el discurso tradicional de la izquierda obradorista, aunque no tiene por qué confrontarse con ella. En una frase, le responderé a Sofía: “Opino que sí vale la pena oír a Buscaglia y, mejor aún, comprar su último libro, leerlo y discutirlo juntos. No se trata de un charlatán. Sus propuestas, además, son más conciliadoras de lo que sugiere el tono con el que las lanza. Según él, el movimiento ciudadano del
Otoño Mexicano debe imponerle su propia agenda al Estado y hay que preparar esa agenda”.
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