20140812
Los bombardeos de Estados Unidos al "Estado Islámico"
Desde América Latina, el hecho de que el ejército estadounidense lance bombas en algún lugar del mundo sólo puede interpretarse como un episodio de intervención imperialista. La inferencia es automática: “bombas gringas ergo imperialismo”. Y existen muchas razones históricas para ello. Desgraciadamente, eso provoca una especie de pereza intelectual, incluso ¡pleonasmo! pereza intelectual entre los intelectuales latinoamericanos. A diferencia de analistas estadounidenses, franceses o españoles, a pocos columnistas latinoamericanos les preocupa detenerse en los complejos detalles de los conflictos en Medio Oriente. Por ejemplo en los dos siguientes: el hecho de que el ejército del llamado Estado Islámico (EI) en Irak sea dirigido por un antiguo líder de Al Qaeda (y que hoy sea rival de ésta) y, en segundo lugar, el dato de que los yazidíes, por cuya protección se anuncia el bombardeo estadounidense a las posiciones del EI, tengan una religión que asume el perdón divino a Tawusî Melek, el ángel que desafió a Dios, y que los islamistas identifican con Shaytan (Satán). Esos dos detalles, sin embargo, hablan de un conflicto muy distinto del que imaginamos los latinoamericanos con nuestras categorías poscoloniales. ¿Por qué? Porque, por extraño que parezca, la información disponible muestra que lejos de disputarse el petróleo del Kurdistán, un puerto estratégico o un territorio sagrado, los islamistas pretenden exterminar a un pueblo que consideran diabólico. Baste observar que los jihaidistas del EI no han cometido, hasta donde se sabe al momento de escribir estas líneas, asesinatos en masa de cristianos ¡A pesar de ser éstos los herederos de los odiados invasores de las Cruzadas y correligionarios del Occidente capitalista que es mayoritariamente “nazareno”, para usar la traducción literal del árabe! Pero, en cambio, los seguidores del doctor en teología islámica Abu Bakr al Baghdadi, líder del EI, sí han sacrificado ya a cientos de yazidíes, esos “infieles” adoradores supuestamente de Shaytan que, en realidad, son una humilde comunidad montañesa. La racionalidad o, mejor dicho, irracionalidad detrás de esa conducta militar guiada por el fanatismo religioso nos habla de la naturaleza de ese conflicto en particular. Desde luego, existen analistas, como Robert Fisk, que ven detrás de esta nueva guerra la vieja codicia petrolera, pero ¿por qué los jihaidistas se detienen entonces a provocar una carnicería de "infieles" que sólo los debilita ante la opinión pública mundial y retrasa su avance? Y si el bombardeo de Estados Unidos a la artillería de los jihadistas islámicos del EI busca detener el genocidio de los yazidíes, condenar la intervención de Obama (al menos en su primera fase) desde la visión latinoamericana tradicional que la llamaría “expansionista e interesada” es caricaturesco. No digo que quienes rechacen la intervención militar de potencias occidentales merezcan desprecio: el gobierno alemán, por ejemplo, considera, y es su legítimo derecho hacerlo, que involucrarse en esa guerra terminaría favoreciendo a los islamistas, cuando las armas occidentales caigan en sus manos y se genere un movimiento de solidaridad entre sunitas radicales del mundo. Pero el gobierno alemán no actúa con la pereza latinoamericana que, a partir de nuestro doloroso pasado de intervenciones militares y golpes de Estado coorganizados por la CIA, interpreta cualquier acción militar estadounidense como un acto de conquista capitalista. Y se nos olvida que, luego de que Estados Unidos destapara la "caja de Pandora" al invadir Irak, el hecho de no impedir un genocidio allí sería visto como su responsabilidad.
He leído vagas condenas a los "nuevos bombardeos de Estados Unidos a Irak" por parte de columnistas latinoamericanos de izquierda y de derecha. Y un ejemplo de dicha pereza intelectual en forma de inexactitud informativa es el titular del periódico mexicano Excelsior del 11 de agosto: “Clinton rompe con política de Obama; critica ataques a Irak”. En realidad, Hillary Clinton no criticó los bombardeos a los islamistas, sino el hecho de que un decidido apoyo militar no hubiese llegado mucho antes (al comienzo de la guerra civil en Siria). Pero la frase “[Clinton] critica ataques a Irak” reconforta en su antintervencionismo a miles de latinoamericanos que no se tomaron la molestia de conocer las verdaderas declaraciones de la precandidata a la presidencia de Estados Unidos. “¡Incluso Hillary critica a Obama!” piensan, sin saber que tal crítica parte de motivos contrarios a los que aducen los pacifistas.
¿Debemos entonces ver los bombardeos estadounidenses al EI positivamente? Al menos, creo que debemos comprender a los kurdos, europeos, israelíes, árabes chiítas y estadounidenses que ven dichos ataques militares como una legítima reacción con fines humanitarios (más aún, como una reacción urgente y necesaria). Después, pero sólo después, podemos estar a favor o en contra de la medida del gobierno de Obama. Por otro lado, opino que también debemos tomar distancia de quienes realizan el razonamiento categórico en sentido inverso: “Los islamistas sunitas rebeldes son un grupo terrorista aún más radical que Al Qaeda, por lo tanto, deben ser exterminados”. La premisa mayor parece cierta: se trata de un grupo que está cometiendo atentados y masacres imperdonables en nombre de la guerra santa y proclamando un único califato musulmán como ni siquiera Bin Laden se había atrevido a hacer. Pero la conclusión es peligrosa. Si ningún pueblo merece ser exterminado, es dudoso que algún grupo humano sí. No sabemos si la crueldad del EI alcanza para identificarlo con el “mal absoluto”, como a posteriori hacemos con el nazismo. Franco Cardini, en su libro Europa y el Islam. Historia de un malentendido, nos recuerda que, durante muchos siglos, el Islam encarnó la sapiencia y fue la religión racionalista por excelencia. Frente a judíos esotéricos y cristianos contradictorios que predicaban la naturaleza humana y divina de Jesús, los musulmanes eran los máximos representantes de la filosofía. Ojalá existiera algún modo de fomentar que los musulmanes sunitas honraran ese pasado. Pero, mientras se encuentra ese modo, no es posible condenar las acciones militares de contención que busquen prevenir el genocidio de un pueblo inocente.
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