20100712

Silogismo electoral versátil


El voto es secreto cuando uno así lo quiere. He decidido mostrar aquí el razonamiento que determinará mi voto en las elecciones presidenciales en México, en 2012, porque no se trata de una decisión fácil. Durante meses iré agregando aquí mismo premisas o refutándolas. Cambiaré la conclusión (es decir, cambiaré a mi candidato preferido) cuando así se siga de mi cadena de razones y de principios, de mis cálculos y de mis intuiciones, de mis lecturas y de mis conversaciones (en cenas burguesas o en la calle), es decir, de mis deliberaciones de almohada (en las cuales siempre intervienen mis amigos y mis enemigos).
1. “Huye, Adso –le dice Guillermo de Baskerville al joven benedictino en El nombre de la rosa-, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia.” Voté por López Obrador en el pasado, pero hoy preferiría un candidato menos fundamentalista. La cita de Umberto Eco aparece al final de la novela, cuando la lucha entre dos monjes ha provocado el incendio de la biblioteca más importante de la cristiandad, en el siglo XIV. Uno de esos monjes, Jorge, es un cristiano dogmático, enemigo de Aristóteles y de la risa, ancestro de esos militantes que gritan la consigna “esta marcha no es de fiesta, es de lucha y de protesta”. El otro monje, Guillermo de Baskerville, es un franciscano discípulo de Roger Bacon y de Guillermo de Occam, nominalista y empirista británico de Oxford; su curiosidad racional es tanta que acaba sacrificando la abadía entera por buscar la verdad acerca de unos crímenes y de un tratado perdido de ''El estagirita''. En el estado actual de cosas, López Obrador me recuerda a Jorge, apocalíptico, siempre maldiciendo a los corrompidos y trabajando para el día del juicio. Y, aunque Marcelo Ebrad no sea Guillermo de Baskerville, el pleito entre ambos podría terminar con el incendio de nuestra modesta biblioteca (en sentido figurado, pues me cuentan que ya han cerrado la biblioteca del PRD que estaba en Copilco, la "Casa del Sol"). Aunque tanto Baskerville como Ebrard hayan estudiado en Francia (uno filosofía y el otro administración pública), el segundo no es por suerte un intelectual, tiene un interés más mundano en la vida: llegar el poder. Pero posee sin duda mayor formación para gobernar que López Obrador (en un artículo reciente, Federico Arreola, quien apoya a AMLO, dice que éste sí sabe que la riqueza la producen los hombres y mujeres de negocios, aunque hasta ahora no se haya reflejado en sus acciones; como si las muletillas antineoliberales de López Obrador hubiesen sido, durante años, culpa de las malas compañías -los ortodoxos de izquierda-, y él hubiera aprendido economía sin estudiarla, por obra y gracia del espíritu santo). Es verdad que, a diferencia de Jorge y de Cristo, AMLO sí ríe, pero el sentido del humor en su movimiento es peculiar (sátira del poder, burla de los defectos físicos de los políticos) y quien mejor lo encarna es la actríz y dramaturga Jesusa Rodríguez. Decir que AMLO es como un monje cluniacense podría ser sólo un cliché que hayan popularizado Enrique Krauze o Fernando Belaunzarán (a lo largo de estos meses deberé echar un ojo a las mejores opiniones de éstos en el pasado y a las de sus mejores contradictores). Por lo pronto, sin embargo, mi voto (hoy, hoy, hoy), sería por el pragmático Marcelo Ebrard.

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