
En la universidad hay elecciones. Al llegar voto contra Raúl Gallino que quiere dirigir el departamento de humanidades. Luego, mi clase transcurre casi sin pena ni gloria, excepto porque un par de comentarios de los alumnos me reconforta: de su participación infiero que no todos estos muchachos serán adictos a la televisión, que sabrán disfrutar de la vida leyendo a los clásicos en baratas y buenas ediciones disponibles en las librerías de viejo. Además, me parece que desde el punto de vista político serán impredecibles, lo cual es bueno; es un orgullo que no estemos inoculándoles nuestras propias militancias e ideologías políticas.
Al salir de la universidad, esa tarde, contemplo con placer los resultados de la derrota aplastante de Gallino: 228 votos para la Doctora Rosa María Talancón, 79 para Heriberto López y apenas 13 para mi némesis. Además, Gallino ha sido derrotado en todos los sectores. ¡Viva la unión de los estudiantes, los trabajadores administrativos y los académicos de la universidad! Sólo queda que el Consejo Académico ratifique nuestra decisión. A veces la vita e bella.
Ya en el calor de mi hogar, con Cordelia a mis pies, leo un ensortijado artículo sobre lógica deóntica. Vista la literatura reciente sobre el tema, éste parece estancado o como avanzando hacia atrás, si se puede decir. En cada fin de párrafo me distraigo y pienso en Luz Irizábal. ¿Qué demonios es el vulvaluz? ¿Qué le diré cuando nos encontremos? ¿Podré levantarme de la mesa en el restaurante donde nos demos cita o una descortés erección me traicionará desde el instante mismo en que la tenga enfrente? Retomo la lectura acerca de la lógica deóntica condicional. Pero un molesto grano amenaza con salirme sobre la comisura de los labios. Me rasco. Me sale sangre. Vuelvo a leer por tercera vez el mismo párrafo, tratando de concentrarme. Me rasco de nuevo. Me rasco el resto de la tarde-noche.
Al día siguiente, amanezco con un chancro en la boca. La tasa de café caliente me alivia un poco al cauterizarme la herida purulenta. Antes de salir a la universidad, busco a Cordelia. “¿Acaso fuiste tu la que me ha contagiado y producido este horrible chancro?” le digo al oído.
Metrobús. Vestíbulo de la universidad. Sorpresa e indignación. El Consejo Académico ha designado como jefe de departamento a Gallino. ¡Esas son chingaderas! La vita e una schifezza impressionante. Porca misèria. Fuck off. Hablo con algunos colegas. La mayoría de los profesores del departamento estamos consternados. Un piquete de académicos al que quieren sumarse dos estudiantes grillos vamos a exigir explicaciones a nuestros representantes en el Consejo.
-El voto es secreto –arguye Arciniegas, el representante de humanidades, mientras cuatro nos apelotonamos en la puerta de su cubículo.
-Ni madres –sentencia Jorge López-, es obvio que votaste por Gallino. Nos traicionaste.
-Si acaso fuere el caso, no se trataría de una traición, sería mi derecho como consejero. Sólo debo responder ante mi conciencia –balbucea nervioso Arciniegas.
-Además de tramposo eres un mamón.
-¡Calma, calma! –tercio yo, con el único fin de que Jorge no acabe con un acta administrativa encima por insultar a un colega, aunque éste, a mi juicio, se lo merezca.
-Vámonos –propone prudentemente Silvia Betancourt.
Frente a la cafetera, los cuatro profesores nos lamentamos del vergonzoso estado de funcionamiento de la representación universitaria.
-¿Sabían lo que dijo Gamaliel Castillo, el representante de comunicación? –inquiere Silvia.
-¿Qué? –preguntamos en coro.
-Le dijo a Yolanda, la secretaria de Fernández, que si Gallino es hombre o bestia no era su problema, que Gallino le prometió que, una vez nombrado, le daría a su vez su voto para jefe del departamento de comunicación.
-¡Qué cinismo! –digo.
-¡Qué vergüenza! –se indigna Jorge-. ¡Es el mercadeo de votos en la universidad!
-No es nada nuevo –sentencia Laura Takada-, pero desde la última elección ya se me había olvidado que suelen hacer sus cochinadas ¿Qué te pasó en la boca, Bernardo? Tienes un herpes.
La pregunta-afirmación me intimida.
-Sí, una infección.
No puedo confesar que beso a Cordelia todos los días, al salir de casa y al regresar del trabajo. Esa noche estoy triste. Tengo ganas de escuchar música idiota. Pongo el disco donde la primera dama de Francia, Carla Bruni, canta a Brassens:
"Quand je pense à Fernande
"Je bande, je bande
"Quand je pense à Felicie
"Je bande aussi
"quand je pense à Léonor
"Mon dieu je bande encore
"Mais quand j' pense à Lulu
"Là je ne bande plus
"La bandaison papa
"Ça ne se commande pas"
Una traducción libre, cambiando los nombres propios para respetar las rimas, desde luego, da lo siguiente:
“Cuando yo pienso en Sara
"Se me para, se me para
"Cuando pienso en Marlén
"Se me para también
"Si pienso en Sofía
"Se me para todo el día
"Pero en Inmaculada…
"Y no se para nada.
"Pues la erección, mano
"No se decide, no.”
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